Lleva 20 años en la ciudad y fue creada por todo un Nobel de la Paz.
Eran los años 90 y la Inmobiliaria Colonial selló un acuerdo con el Ayuntamiento de Barcelona: vosotros podéis levantar dos manzanas de edificios, pero a cambio debéis construir dos espacios verdes en los aledaños. Ambas partes cumplieron con el trato. Los bloques están ahí y los parques también. Uno es el Josep Trueta y otro, el jardín Gandhi.
Escoltado por Llull, por Ramón Turó, por Espronceda y por Bac de Roda –es decir, en pleno Poblenou–. Esas son las posiciones que Gandhi ocupa –dentro del callejero, claro– en Barcelona.
Su estatua, la que da nombre a los jardines, llegó al Poblenou a principios de milenio. Pero fue esculpido bastante antes. De hecho, pasaron más años desde que fue esculpida hasta que llegó al Poblenou que desde que llegó al Poblenou hasta ahora. Y es que no es descabellado decir que la escultura de Gandhi es toda una obra de autor. De un autor con un Nobel de la Paz en su haber.
Adolfo Pérez Esquivel, activista argentino conocido por combatir en favor de los derechos humanos y por repudiar la violencia, proyectó una estatua de la que probablemente es la cara de la paz. La estatua fue regalada a la oenegé Comparte y Comparte se la regaló a Barcelona.
Y desde que fue regalada, hace ya casi 20 años, la estatua luce orgullosa –si es que las estatuas pueden lucir orgullosas– en uno de los barrios más eclécticos de la ciudad. Luce orgullosa, decimos, en un jardín que reproduce la esencia urbana de la ciudad: donde en cualquier otra urbe habría edificios, aquí, de repente, hay un parque. Y en el parque, una estatua de Gandhi.