El escritor Miqui Otero nació en Barcelona, concretamente en Sant Antoni. Un barrio que conjuga a la perfección tradición y modernidad, tanto como las novelas que escribe Otero. La más reciente es Simón, que nos hace viajar por la infancia y adolescencia de su protagonista. Un niño que sueña con espadachines en una Barcelona preolímpica y que trata de entender el mundo que le rodea desde su pequeño rincón de la ciudad.
¿Barcelona en 1991 o Barcelona en 2022?
En 1991 yo tenía 11 años, y ahora tengo los que me tocaría tener en 2022. No es que quiera regresar a la infancia, pero supongo que por momentos sí lo haría. No sé cómo era la Barcelona de 1991 aunque haya escrito sobre ella, porque no he escrito sobre esa Barcelona sino sobre lo que recordaba de ella con un filtro que la hacía más bonita. Las Barcelonas del pasado que yo escribo no son realistas.
Recuerdo una Barcelona del ‘91 asociada al juego y a la aventura, donde no había miedos y en la que el territorio no era tanto Barcelona sino el barrio de Sant Antoni, que era el mío.
¿Qué añadirías o quitarías de cada una?
La Barcelona del ‘91 era una ciudad que se estaba preparando para la función de su vida: las Olimpiadas. Recuerdo una especie de borrachera colectiva en la que todo el mundo estaba muy excitado. Y eso es lo que escribo en la novela Simón, que incluso los adultos tenían como una euforia infantil porque estaba a punto de pasar algo muy grande. Creo que todo el mundo sabe que lo guay no es lo que pasa sino justo la emoción previa. De la del ‘91 también destaco el Mercado de Libros de Sant Antoni, donde descubrí que me gustaba leer y que quería escribir.
Sobre qué le sobra a la Barcelona actual, es cierto que la veo un poco apagada, pero tampoco quiero sentar cátedra porque también tiene que ver con el momento de la vida en el que estoy. También supongo que todas las crisis recientes de todo tipo la han afectado y que ha quedado algo tocada porque estaba muy acostumbrada a un turismo gigantesco y cuando ese turismo se va es como que le sobran las carnes.
¿Tres lugares que consideres inspiradores?
Pese a ser un sitio que está en una zona turística, te diría que la Plaça Reial. Es una plaza que ha marcado muy bien el termómetro de la ciudad; es decir, qué pasaba en Barcelona en cada momento. La he vivido mucho porque durante un tiempo viví justo al lado y ponía música en varios sitios que estaban allí.
Otros lugares podrían ser mis dos bares: la Bodega d’en Rafel y el Bar Ramon. Los dos salen en varias de mis novelas. Cuando entro al Bar Ramon siento que el tiempo queda suspendido y me quedaría ahí para siempre porque tiene una mezcla extraña entre música fabulosa, unas tapas que cada vez están más buenas y el hecho de que realmente te tratan como en casa.
Y por poner un sitio exterior, los Jardines de Costa i Llobera, que están aquí en Montjuïc y es el famoso jardín de los cactus. Es un sitio que me da muchísima paz y donde hay mucha menos gente que en otros miradores de Montjuïc. Me gusta mucho la idea de tener la ciudad ahí: como que podrías coger la Sagrada Família y cambiarla de sitio o imaginar que vives en cualquiera de los puntos de la ciudad.
Al vivir tantos años en Sant Antoni he subido mucho a esta montaña.
¿Un plato de la cocina catalana?
El ‘trinxat’ de Can Vilaró, que es otro bar que está en Sant Antoni. También me gustan mucho las albóndigas con sepia, que las hacen en varias bodegas.
¿Un personaje mítico de la escena barcelonesa que te haya marcado?
Me gusta mucho la música y podría decir a varios músicos que me han marcado, pero no sería sincero si no dijera el que para mí es el más magnético e importante tanto a la hora de escribir como a nivel personal, ya que era primo segundo mío: Francisco Casavella. Publicó las que para mí son las mejores novelas escritas de esta ciudad.
¿Cuál es la mejor experiencia profesional que has vivido en Barcelona?
Ahora he dejado de hacer periodismo de calle, pero hubo un tiempo en el que sí lo hacía y conocía a muchos vecinos. Eso me permitió descubrir cómo funcionaban barrios como el Gótico y el Raval. Sin embargo, el momento de mayor euforia con algo que hiciera yo —aquello que puedes decir «en este preciso instante soy feliz, aunque dure 10 segundos»— creo que fue en la presentación de mi tercera novela. Aunque la que ha tenido más éxito es Simón, a la que le tengo más cariño es esa; se titula Rayos. La referencia a los rayos es precisamente por los que salen de aquí, de la montaña de Montjuïc.
¿De qué trata Simón, tu última novela?
Simón es una novela que arranca en la primavera del ‘92, cuando el protagonista tiene 10 años y la ciudad parece hechizada.
Simón es un niño obsesionado con las novelas de espadachines y de capa y espada; estas novelas donde un espadachín empieza en un entorno humilde e igual acaba conociendo a un rey. Simón quiere hacer lo mismo, y se da cuenta de que su espada es un cuchillo de familia. En definitiva, se entiende cómo va cambiando la vida de una persona.
No es una novela que vaya sobre mi vida, pero Simón tiene pequeños detalles que comparte conmigo, como por ejemplo un lunar en la cara.
¿Qué temas sociales querías plasmar en Simón?
Yo creo que escribir es en parte buscar el emblema que hay detrás de la publicidad de la ciudad. En cuanto a los temas, en la anterior novela me preocupaba sobre todo el acoso inmobiliario y todo el tema de la vivienda.
En Simón hay varios temas, pero el principal es quién tiene el poder en la ciudad. Me interesa la forma en la que el dinero se esconde en las ciudades: para no aparentar, para ser muy pulcros, pero también para retener el dinero.
Barcelona no sería lo mismo sin…
Messi [risas]. Ahora mismo, pasas por La Rambla y ves que no han quitado las pegatinas de Messi. Cuando alguien escriba una novela de Barcelona dentro de 20 años se fijará en cosas de estas.
Un vermú en un sitio, con una persona y por una causa.
Volvería a ser en el Bar Ramon o la Bodega d’en Rafel. Con alguien a quien quiero mucho y con el que nos vemos muy poco últimamente: Carlos Zanón. Es otro escritor. Le tengo mucho cariño y me encantaría verlo con calma.
Un secreto de Barcelona.
Los secretos que conozco ya no existen, pero durante mucho tiempo tuve un club de música y baile que cada noche iba cambiando de lugar. Su sitio más mítico fue en unas salas de ensayo en la calle México, en Plaza España; allí hizo su primer concierto El Guincho. Era como una gincana clandestina de vivir la ciudad en subterráneos.