
Barcelona tiene grandes templos religiosos, como la Sagrada Familia; grandes templos futbolísticos, como el Camp Nou; y grandes templos del entretenimiento, como El Molino. La comparación no es exagerada: si bien nuestra ciudad está llena de locales para disfrutar de un buen show en directo, pocos tienen la historia y la solera de este local del Paral·lel, que con sus idas y venidas lleva abierto desde 1898, superando todo tipo de crisis, guerras y dictaduras.
¿Cómo llega El Molino a ser lo que es ahora? ¿Sus aspas estuvieron siempre ahí? ¿En qué películas aparece? Sigue leyendo, que repasaremos la historia de El Molino en forma de curiosidades que (quizás) no conocías.
1.- Antes de cabaret fue tablao
Si pensamos en El Molino, seguro que nos viene a la cabeza el music-hall. Sin embargo, lo cierto es que los primeros espectáculos que ofreció poco tenían que ver con las modas europeas de entonces. En sus inicios, era una tasca llamada La Pajarera, que su dueño vendió por cien pesetas a un andaluz que había emigrado a Barcelona… Y el cambio de negocio no fue nada mal.
Así pasó a llamarse La Pajarera Catalana y en él se ofrecían espectáculos de flamenco y algunos números de humor. Nadie cobraba, se pagaba con techo y comida y con la ilusión de que un cazatalentos te descubriese y te convirtiese en la próxima estrella de la canción. Hacia 1901 el local empezó a ganar renombre y amplió su oferta con números de zarzuela, pases de cine y comida, consolidando el formato de café-teatro, que conserva El Molino actual.
Aunque no fue el primer local establecido en lo que se llamó el «Montmartre barcelonés» (el Poble-sec, barrio bohemio por excelencia), durante muchas décadas fue el mayor exponente de esta cultura de las varietés, por eso no era de extrañar que cambiase de nombre…
2.- Sus famosas aspas tardaron en aparecer
Tras sus etapas como La Pajarera Catalana y Gran Salón del Siglo XX, pronto tomó el nombre de Petit Moulin Rouge, en homenaje al templo parisino, y se empezaron a ofrecer espectáculos más cercanos a la sensibilidad europea (como versiones traducidas de los shows que triunfaban en París). Pero del icónico local francés solo tenía concepto y naming, ya que las famosas aspas no se construyeron hasta 1929 en la reforma de la que se ocupó el arquitecto Josep Alemany i Juvé. Y con pequeñas modificaciones, esta fachada y este molino (no así el edificio) se han conservado hasta nuestros días.
Esta reforma coincidió con la Exposición Universal de 1929. El mundo miraba a Barcelona y esta respondió no solo construyendo equipamientos públicos que aún perduran (como la Fira de Plaça Espanya) sino también dando un giro hacia la modernidad a edificios volcados en el ocio popular. Y vaya si se acertó con la reforma de El Molino, convirtiendo su fachada en una de las más reconocibles de la ciudad, hayamos pisado o no el interior del local.
3.- Bella Dorita, la primera gran estrella
Tras sus convulsos inicios, y ya con el nombre de El Molino, la sala se estableció como un gran templo para el ocio irreverente y desinhibido (siempre desafiando la censura) en Barcelona. Grandes nombres de la revista pasaron por su escenario, pero si hay que hacer un alto en el camino es para mencionar a María Yáñez García, AKA Bella Dorita (1901-2001).
Si una artista representa bien el espíritu de El Molino es ella: llegada a Barcelona desde Almería siendo bien niña, con solo 17 años se fugó de casa para iniciar una carrera como tanguista y cupletista por los locales de la ciudad… Hasta que en su veintena recaló en El Molino, enamoró al público y cosechó décadas de éxitos, convirtiéndose en la Reina del Paralelo y en una figura reclamada en todas las partes del país gracias a su talento, gracia y picardía.
Se retiró de la música y de la actuación en los 60, pero no dejó de dar guerra. Fiel al local que la vio triunfar, en 1997 (con 96 años), declaró: «No tengo millones pero, si los tuviera, compraría El Molino, aunque luego lo tuviera cerrado». Seguro que estaría contenta de ver cómo las aspas de El Molino siguen girando un siglo después de su debut.
4.- Una cantera de grandes artistas (y no solo las que estás pensando)
Más allá de Bella Dorita, es posible que asocies El Molino al nombre de Merche Mar, la histórica vedette catalana que nos dejó recientemente y que ha sido durante décadas la cara más reconocible del local. También puede que pienses en otra vedette mítica, Lita Claver «La Maña», que sus buenos shows realizó en El Molino. ¿Pero sabías qué otras figuras destacadas de la cultura dieron sus primeros pasos en El Molino?
Es el caso de Yolanda Ramos, que antes de ser el icono pop que es ahora fue vedette en esta institución barcelonesa. También lo fue Amparo Moreno, reconocidísima actriz de TV, cine y teatro. E incluso pasó por aquí la portuguesa de madre catalana Mísia (1955-2024), que aunque se destacó como cantante de fados, debutó muy joven en El Molino, como bailarina.
De hecho, la influencia de esta etapa puede apreciarse en la música que cantó Mísia, llena de guiños al tango, el bolero y otros estilos populares que sonaban en el local. Sin duda, de seguir viva, podría haber formado parte de la actual programación de El Molino, donde el jazz converge con estilos que van del folk a la world music.
5.- Escenario cinematográfico
Ya sea con su aspecto actual o el de antaño, El Molino resulta un escenario pintoresco, colorido y glamoroso ideal para retratar la noche y la bohemia barcelonesas y los dramas y alegrías de sus artistas y de sus seguidores.
Así, ha tenido películas íntegramente ambientadas en él como Las alegres chicas del Molino (José Antonio de la Loma, 1977) y aparece en auténticos taquillazos de época, como El último cuplé (Juan de Orduña, 1957), protagonizada por una Sara Montiel recién llegada de su éxito en Hollywood, o Tuset Street (Jorge Grau, 1968), donde la Montiel, de nuevo, interpreta a una estrella del cabaret.
Aunque esta última está algo olvidada y no se considera un clásico, es una muestra genial de cultura pop de la época, y merece la pena revisionarla ya solo por ver a una Saritísima algo más madura y haciendo lo que mejor se le daba, ser una diva absoluta.
6.- Un agridulce cierre tras 99 años de historia (y una reapertura prometedora)
Aunque sobrevivió a muchas crisis, los 90 marcaron lo que parecía una estocada de muerte a El Molino. Aunque se intentó que reflotase actualizando los shows, la sala cerró por primera vez en 99 años, en 1997, y lo hizo (como no podía ser de otra manera) con un último espectáculo de la gran estrella Merche Mar. Tuvieron que pasar 13 años para su reapertura en 2010 con nueva gerencia, donde si bien se intentó recuperar su espíritu de sala de music-hall no fue capaz de recuperar el brillo de antaño.
Pero 2024 marca un nuevo capítulo en la historia de El Molino. Tras ser comprado por el Ayuntamiento en 2021, una nueva gerencia asumió la dirección del local, tomando un giro en la conducción, radical pero necesario: quizás el tiempo de la revista y las vedettes ya pasó y hay que mirar en otra dirección. Y así nació el concepto del nuevo El Molino, que se convierte en un club de jazz y comedia, con una programación ecléctica y variada y que se inspira en los icónicos clubs de Londres o Nueva York.
¿Será este el renacimiento que estaba esperando El Molino? Aunque su cambio a club de jazz puede resultar, cuanto menos, sorprendente, casa muy bien con el espíritu de antaño de El Molino: entrar en el local es como un viaje al pasado, a aquellos tiempos donde la mejor manera de desconectar de las preocupaciones era sentarse en una butaca cómoda, dejarse llevar por lo que sucedía en el escenario y acompañar este momento de puro hedonismo con algún capricho para el paladar.
Además, siempre es una buena noticia que la ciudad gane un nuevo escenario, y por el de El Molino, como en sus viejos tiempos, jamás faltará el arte y el talento.