En Nou de la Rambla, 35 está uno de los restaurantes más peculiares de BCN (abre a las 17 y no da almuerzos).
El proceso de nombrar a los restaurantes, creo, es una cuestión fundamental e infravalorada. Yo soy de la opinión de que a las personas les condiciona –y mucho– el momento del bautizo. Y, lógicamente, opino que lo mismo pasa con los restaurantes. Si ves un local con un toldo verde y una inscripción de “Hermanos Fernández”, sabes que si pides kimchi te van a mirar raro.
Sirva esta brevísima disertación cargada de prejuicios para introducir a My Fucking Restaurant, probablemente el restaurante con el nombre más guapo de Barcelona. Con My Fucking Restaurant ocurre, además, otra cosa. Si el nombre no fuese suficiente reclamo, los neones rojos del nombre actúan como imán para quienes vivimos ávidos de nuevas experiencias gastronómicas.
Y de esa avidez nace este comentario –spoiler– que antecede a la descripción de la experiencia gastronómica en sí: el nombre y la fachada no son fuegos de artificio.
Aunque, antes de nada, una cosa importante: My Fucking Restaurant es también un restaurante conciliador. Y me explico. Todos tenemos una amiga celiaca que condiciona los planes gastronómicos. Y ahí aparece My Fucking Restaurant como clave: toda la carta –salvo el steak tartar, que lleva salsa Worcestershire, la cual tiene trazas de gluten– es apta para celiacas.
Otro punto clave del restaurante es otra de las patas que definen su carácter. En My Fucking Restaurant trabajan con productos de kilómetro 0 y de temporada. No como esta ola de restaurantes new age que asumen estos conceptos, los explotan, suben los precios bajo ese criterio y ofrecen unos productos que le sientan mejor a Instagram que a tu paladar.
De hecho, algo que también mola bastante es que en lo referente a las hierbas aromáticas y a los brotes no hay intermediario ni proveedor que valga. En su parte trasera, el local tiene un huerto con plantas que usan el día a día.
Luego la carta es harina de otro costal: carne a la brasa que se hace en tu propia mesa, ostras que se reinterpretan al añadirles blody mary o burrata con calçots.
Si hubiera que circunscribir a una categoría la comida de My Fucking Restaurant, esa categoría sería la Mediterránea. Pero sería injusto –¿dónde quedan los tacos? –, limitado –la innovación es una seña de identidad– e innecesario –¿quién necesita las etiquetas?