Si Barcelona fuera un océano, el Hospital de la Santa Creu sería un atolón –o una isla– en plena masa acuática.
Visitar un antiguo hospital. A priori, la proposición suena un poco macabra: los hospitales, como las cárceles y todos los edificios que tuvieron vida y ya no, están rodeados de un aura lúgubre y tétrica. Pero en este caso, en el de el Hospital de la Santa Creu, está lejos de ser así.
El Hospital de la Santa Creu, por si fuera necesaria la aclaración, no es el Hospital de la Santa Creu i Sant Pau. Es, por decirlo de alguna forma, su antecesor. Cuando el hospital viejo se quedo ídem, un banquero de la época puso pasta de por medio para construir un nuevo hospital, que es el modernista y que todos conocemos.
Cosa nada rara: el Hospital de la Santa Creu, el original, el primigenio, estuvo en funcionamiento durante cinco siglos. Desde 1400 hasta 1900. Y su nacimiento fue, si no curioso, sí digno de mencionar: el Consell de Cent y el Capítulo Catedralicio decidieron aglutinar los 6 hospitales de Barcelona en uno solo. O sea, como un centro comercial de los hospitales, por decirlo de alguna manera.
No es casualidad que la calle en la que está sea carrer de l’Hospital, 56. No es casualidad, entonces, que, en un alarde de creatividad sin precedentes, los barceloneses de la época bautizaran a la calle en homenaje al hospital que había.
Si el hospital pide a gritos la visita recurrente no es por un tema de psicofonías (para eso tenemos este artículo de lugares abandonados que son canela fina para quien tolere las emociones fuertes). Es, más bien, porque el lugar, desde el año 2000, es la biblioteca de Cataluña. Además, claro, de uno de los hospitales –aunque no cumpla esa función– más antiguos de Europa… y del mundo.
Y una de las cosas más guapas del hospital es su claustro: un rinconcito de paz, el clásico oasis al que se refiere a falta de una creatividad mayor. El patio, el claustro, las naranjas, los rincones de Barcelona, las lecturas y la relajación derivada de todo esto.