Como todo en esta vida, la vida en Barcelona tiene sus ventajas… y sus inconvenientes.
Sí, lo sabemos y somos nosotros quienes lo repetimos hasta la saciedad: Gaudí, Jujol, Miró, Picasso, los contrastes, el carácter europeo. Con adjetivos y atributos siempre nos quedamos cortos: Barcelona está en todas las listas de mejores ciudades o de ciudades más bonitas o de ciudades preferidas por turistas. Y está en los diez primeros puestos habitualmente.
No obstante, quienes la habitamos conocemos sus desventajas. Y no hay necesidad de ocultarlas. De hecho, es imprescindible airearlas, verbalizarlas y soltarlas:
- Si eres peatón, odias a los ciclistas. Si eres conductor, odias a los ciclistas. Si eres ciclistas, odias a ambos. De un tiempo a esta parte se libra una cruenta guerra cuyo escenario de batalla son carril bici, calzada y aceras. La superioridad moral de quien va en bici porque no contamina contra el conductor de un vehículo que no hace más que emitir CO2 a la atmósfera. El peatón queda como observador parcial. Seguro que sea cual sea tu posición, tienes algo que decir sobre cualquiera de los actores.
- Las palomas. No hay rincón en el que no haya una rata del aire. Barcelona está infestada de palomas. Especie invasora y agresiva. Llevo un tiempo pensado que si desarrollaran un grado de inteligencia (y a tenor de sus excrementos corrosivos) podrían dominar el mundo. Hace un tiempo el Ayuntamiento puso en marcha un programa para diezmar la población de este animal a través de la castración química.
- El ruido de la playa. Puede ser una de las sensaciones más molestas del mundo: sol, libro, adormecimiento, dejar el libro, entrecerrar los ojos y… “¡Servesa, coca cola, siete uuuuuup!”.
- Proliferación festivalera. Esto no es malo per se, pero implica tener que elegir (no elegir, ya lo dijo Rajoy, también es una elección). En el caso de que te guste la música -en general, no un estilo en concreto- te va a tocar dar prioridad al Sónar o al Primavera. Pocas carteras se pueden permitir asistir a ambos.
- Las multitudes. Andar por Barcelona como un personaje del Splinter Cell. Como tengas un poco de prisa y en tu trayecto a pie tengas que cruzar por una zona con muchedumbre, te vas a sentir Tom Cruise en Misión Imposible. Mover deltoides, espalda y piernas con una destreza fuera de lo común.
- Poder ir a la playa en Metro. Esto no tendría que ser -de hecho no lo es- una desventaja per se. Lo malo es lo que implica. Implica que igual que tú, cualquiera puede ir en metro. Y así es que si vas un poco tarde, pones la toalla en Collserola.
- El horario del Metro. Otra arma de doble filo. Los sábados, genial: 24 horas, non stop, perfecto. Mis felicitaciones. Pero entre semana. Ay, amigo como te quieras liar entre semana. Tocará apechugar y pagar un Taxi o peregrinar en lo que -como te pille a desmano- puede ser un recorrido que ríete tú de cualquier etapa del Camino de Santiago.
- El transbordo de Passeig de Gràcia. Esto es muy serio. Si no lo conoces o eres nuevo en Barcelona y tratas de llegar a tal sitio con prisa y sin valorar este factor, te puede hacer un roto. Para entendernos: si usamos unidades de medida poco convencionales, podríamos decir que, a paso ligero, tardas más en recorrer el transbordo de Passeig de Gràcia que Màxim Huerta como ministro.
- Los carteristas. Y cómo su sombra planea por toda la ciudad. Estás en la playa y no te metes en el agua o te turnas para hacerlo. Vas en el metro y parece que tienes un TOC al estar tocándote todo el rato.
- Los retrasos del rodalies -cercanías, para los poco avezados en cultura barcelonesa-. Es un despropósito vivir con esta agonía. Como dependas de él a diario te las tienes que apañar para ir con muuuucha antelación.
- El agua del grifo. Mira, es casi preferible beber agua del mar sin desalinizar a beber ese chorro blanquecino (sí, sí, blanquecino por la cal) que mana del grifo. La peor de España. Y no lo decimos nosotros.
- Tener que lidiar con los prejuicios. Y tener siempre las mismas conversaciones con quien viene a verte. La cofradía del puño cerrado, la imitación del catalán, el pantumaca.
- Los chaflanes. Igual si te digo esta palabra te quedas como estas, pero si te digo “las vueltas que tienes que dar para cruzar de una calle a otra en la zona de l’Eixample”, seguro que me entiendes. Agradecidos a Cerdà, qué duda cabe, pero los minutos de más que hay que andar sólo lo saben nuestras piernas.
- Barcelona es bona si la bossa sona. Reparar en la certeza de esta frase es tan cierto como desolador.
- La dicotomía a la que se enfrenta el barcelonés con respecto a la turismofobia. El turismo tan necesario como (en según qué momentos y dependiendo de qué turista) desagradable.