Hay planes que uno no conoce que sean populares, y por eso lo primero que sorprende en el brunch del Mandarín Oriental es que el público mayoritario son familias barcelonesas que han decidido darse el lujo de desayunar como hay que hacerlo: con toda la calma del mundo.
Es lo que se necesita para abordar uno de los brunch ilimitado más top de Barcelona, el del Blanc, que se sirve cada domingo en el hotel más lujoso de Barcelona.
El brunch con sushi, cortadores de jamón y paellas

El brunch del Mandarín Oriental se ha rediseñado con la estilista gastronómica Laura Ponts y el chef ejecutivo Marc de Martin, que han buscado una experiencia en la que la comida entre por los ojos antes incluso que por la boca.
Lo dicho, es un brunch ilimitado en el restaurante del hotel, que tiene por techo un luminoso patio de manzana. Bajo su luz se distribuyen varias estaciones, que hay que atacar con hambre, pero sobre todo, con cuidado, para que la ansiedad no nos pueda.
Nuestro itinerario empezó por la estación de ibéricos, donde un jamón de corta a cuchillo, junto al pan con tomate y aceite del bueno. Muy cerca, los mariscos fríos: ostras, cóctel de gambas, mejillones y almejas, navajas o distintos tipos de salmones ahumados con sus aderezos esperando con las conchas abiertas.

A su lado, canapés variados, verduras cocidas y quinoa o arroces para armarte una ensalada fresca que ayude al trámite.
Le siguen los fríos, un escaparate que combina mariscos, conservas, quesos de proximidad y verduras con una precisión casi quirúrgica. Luego llegan los calientes: fideuada de sepia y gamba, arroz de montaña, jarrete de ternera a baja temperatura o pequeños bocados que se sirven en mesa, como gyozas con ponzu, canelones de rostit o pulpo con parmentier.
Entre las novedades del chef destacan bagels, quiches, pastrami, brochetas y un refuerzo de marisco con ostras y navajas al vapor, además de un guiño dulce al territorio: un panal de miel del Montseny que parece sacado de una postal.

El final, claro, es goloso: tiramisú, lemon pie, macarons, brownies, gominolas, éclairs, fruta fresca y una colección de pequeñas tentaciones elaboradas en el propio hotel.
Y todo, lo dicho, por 65 euros por persona: el precio de una cena en un buen restaurante.