Corría el año 2015 cuando, tras un largo periplo de reuniones con inversores, búsqueda de artistas paisajistas y diseñadores, y horas robadas al sueño, Inés Miró-Sans materializó su proyecto de fin de de carrera en uno de los elegantes edificios de la Gran Vía de les Corts Catalanes, en el número 700, levantado en el siglo XIX por Antonio Bonay, un empresario catalán dedicado a la industria maderera.
Hace seis años, Barcelona era un hervidero de transformación urbanística cuyos habitantes se limitaron a convivir con un incontenible florecer hotelero. En este contexto, los residentes del centro de la ciudad vivían de espaldas a esa nueva realidad. Una tendencia de la que se desmarcó, desde el día de su apertura, Casa Bonay, un alojamiento disruptivo y fascinante de 67 habitaciones que hoy es punto de encuentro de barceloneses de todas las edades y de viajeros con criterio.
Inés Miró-Sans recibió a Barcelona Secreta en el salón de su Casa (Bonay), también llamado Libertine, en la planta baja de este hub cultural del Eixample que comparte espacio con la cafetería gourmet Satan’s Coffee, con la editorial Blackie Books y el restaurante gastronómico Bodega Bonay. Inés apunta: «Estáis en vuestra casa».
Para los recién llegados, ¿como definirías Casa Bonay? «Casa Bonay son muchos universos. Tienes algo de Barna, tienes algo de Londres, de Berlín, del colmado de la esquina… Late el sabor local, pero sin perder de vista la dimensión internacional. Por ejemplo, Satan’s Coffee fue pionero en ofrecer café de especialidad».
¿En qué aspectos Casa Bonay se ha desmarcado del hotel tradicional? «Ha hecho todo lo que un hotel no hace. Nuestro cometido es que cualquier persona, desde que entra por la puerta, se sienta como en casa. No obligamos a nadie a consumir si decide sentarse en Libertine. Otra de las claves fue formar el equipo de recepción con personas que no tenían experiencia en hoteles. Primaba su afán por agradar. Tratamos con personas, no con números. Y, precisamente, los números lo demuestran: el 38% de nuestros huéspedes repiten».
¿Qué hitos subrayarías de Casa Bonay desde su apertura en 2016? «El primero y más increíble: que los barceloneses se citan en el lobby del hotel. Y eso es un mérito, porque este es un mercado con mucho reto. Se vive muy bien y se hace mucha vida en los barrios. Casa Bonay es un lugar en el que pasan cosas y pertenece a la gente de la ciudad. Muchos me dicen: ‘Es mi casa’. Eso sólo lo he visto en el desaparecido hotel Omm».
¿Por qué Casa Bonay se ha convertido en agitador cultural del barrio? «Para empezar, abrimos en un lugar insólito para un hotel: en la plaza Tetuán, donde sólo había comercios de toda la vida y elegantes edificios modernistas. A partir de entonces, el Paseo de San Juan creció en paralelo a Casa Bonay, lo que ha derivado en una transformación fresca que mantiene su sabor barcelonés».
¿Por qué se ha ganado la simpatía de los barceloneses? «Primero, por el cariño que ponemos en todo. En segundo lugar por los precios: desde el minibar hasta el último plato de Libertine. Todo está ajustado a los de la ciudad. Y, finalmente, porque todas las iniciativas culturales son orgánicas, de acceso libre y casi siempre gratuitas: sesiones de cine con Filmin, iniciativas gastronómicas con Maria Solivellas, de Ca Na Toneta, conciertos de Hot Chip, una sesión especial con 2ManyDJs… todo emana mucha autenticidad. Somos como una familia».
¿Qué hay de Barcelona y de ti en Casa Bonay? «Hemos querido quitarnos esa carcasa de hotel al uso y que creo que lo hemos conseguido. Barcelona se respira en todos sus rincones porque, entre otras cosas, la remodelación del edificio respetó la antigua estructura: no se añadió, ni se sacó nada. Tiene el color, la alegría, los suelos, la esencia de Barna. De mí tiene la energía de 2015, cuando me embarqué en esto, y la actitud ecléctica».
¿Cuáles son las claves de su éxito con menos de 35 años? «Es un sector difícil para una mujer joven. Soy de las pocas mujeres dirigentes en este gremio, y no vengo de una familia hotelera. Mi proyecto fue el TFC. El nombre llegó después, por el apellido de la familia propietaria del edificio. Y con esa cara de niña y mi sueño debajo del brazo, tomé una decisión inevitable: acompañarme de un mentor para la financiación, Lluis Rollán, con quien conseguimos la primera inversión. Hoy, gracias a la tecnología, el sector ha dado acceso a perfiles femeninos y jóvenes».
¿Cómo defines el barrio y cómo ha cambiado? «El barrio de Casa Bonay es la Barcelona de antes, con sus comercios de toda la vida y espacios vanguardistas surgidos en los últimos 5 años. Y es un barrio a medio camino entre la montaña y la playa. Hay un paisanaje muy diverso y habitual del hotel: desde el señor jubilado al estudiante de Erasmus.
¿Hay planes de expansión de ‘su casa’? «Queremos trasladar el modelo Casa Bonay a la región del Ampurdán, pero con un punto más de sofisticación y de exclusividad por la ubicación y por los precios. Es una zona que tiene poca oferta de alojamiento en invierno. Hemos encontrado una casa antigua de 3.500 metros cuadrados con un claustro y piscina. El reto es renovar el wellness hotelero y queremos abrir en 2023. Creemos que el concepto de wellness debería ser más transversal. Y hasta ahí puedo contar por ahora».
¿Es Barcelona una ciudad que mira al mar? ¿Y tú? Me fascina el mar, pero vivo en la montaña, en Vallvidrera. Tengo la sensación de que la actividad en torno a la montaña complementa a la del mar. Adoro ambos aspectos de la naturaleza, por eso vivo en Barcelona. Desde las Olimpiadas del 82, lo de Barcelona con el mar ha sido un espectáculo. Casa Bonay también tiene una extensión al mar: todos nuestros clientes pueden hacer paddle surf y remo gratuito en el Club de Patín de Vela».
¿Tus referencias gastronómicas de la ciudad? «Tengo muchas, la verdad. Difícil elegir. Eso sí, me encanta toda la propuesta de Rafa Peña, de Gresca, y de Jordi Vilá, de Al Kostat».
Si Barcelona fuera una persona, ¿en qué estado vital se encontraría ahora? «Uf, jajaja. Desde el punto de vista hotelero, un poco triste. Sin embargo, creo que es transitorio. Porque Barcelona cuenta con representación de grandes cadenas internacionales. Si Barna fuera una persona, sería muy feliz. Aquí el viajero viene a comer de maravilla, a beber buenos vinos, a ver arte, a pasear por el mar o a contemplar una ciudad modernista única».
¿Cuál es tu medio favorito para moverte por Barcelona? «Si te soy sincera, me encanta la moto. Ahora, con el cambio de barrio, llevo un Smart antiguo con el que cruzo la ciudad enseguida y aparco en cualquier lugar».
¿Un barrio para vivir? Vallvidriera, sin duda. Es uno de los grandes desconocidos de la ciudad.
¿Para salir? «Aunque se haya popularizado, el Borne cuenta con mucha oferta nocturna y gastronómica.
¿Para retirarse? En la Barceloneta (risas). Para morir frente al mar (más risas).