A Clara se llega sabiendo a qué hora entras pero no a la que vas a salir. Porque es uno de esos lugares en los que uno se quedaría de largas sobremesas. Entre vinos naturales, cocktails y una oferta gastronómica sugerente, tanto en su preciosa terraza como en el interior del local.
El restaurante está ubicado en un patio que pertenece al Hotel Aiguaclara, cuya propietaria se llama Clara. En homenaje a ella con motivo de una historia personal, Alex y Aníbal —fundadores de Clara Begur— decidieron llamarlo así. Y aunque no me gusta caer en tópicos, si lo pensamos queda acorde: un nombre femenino para un espacio que respira armonía, carácter propio y belleza. Un lugar, también, donde se respira mucha calma, en parte gracias a la numerosa vegetación del patio. En Clara se come entre jazmines, enredaderas y todo tipo de plantas.
Si pasamos al interior, encontramos un espacio con un diseño cuidado que oscila entre lo moderno y lo vintage. Y es que han querido mantener prácticamente intacta la decoración que hizo Clara en su día: muebles antiguos y lámparas Milà entre paredes rosa pastel y verde oscuro.
Más allá del espacio, del que por supuesto era necesario hablar, Clara Begur seduce por su carta. En ella encontramos platos como las ostras Guillardeau, la tostada de anchoa con mantequilla de trufa, la burrata con puré de cereza, el lomo de atún al dashi o la vieira con puré de tupinambo y panceta. Estos dos últimos son sin duda imprescindibles a probar.
También tienen bastante éxito las tortillas: la vaga de gamba o la de butifarra del Perol con trompetas y crema de tartufo.
La buena comida se une con una cuidada selección de vinos, la mayoría de ellos naturales. Trabajan con la bodega La Natural (afincada en L’Empordà) y ofrecen vinos como La Figa, Jaque!, Curuba, Muy frágil o Diumenge, entre muchos otros.