
En pleno corazón del Eixample y su calle hostelera por excelencia, Enric Granados, está un local gigante que en su momento hizo furor por un sencillo motivo: fue el sitio elegido por Messi para instalar su restaurante. Bellavista del Jardín del Norte fue la corta aventura hostelera del jugador en Barcelona, y aunque no fue un éxito rotundo, la magnitud de sus proporciones y el evidente atractivo del mejor jugador del mundo, bastaron para fijarlo en la memoria de muchos.
Bellavista cerró, luego llegaría Salvaje, que no triunfó y ahora, un nuevo restaurante toma el relevo de este local de más de 1.000 m2: se llama Gloria Osteria y busca ser algo así como la máxima expresión de un italiano en la ciudad.
El castillo de Raffaella Carrà
Visitar el local vale la pena solo por la decoración: un kilómetro cuadrado de exceso kitsch y decoración barroca, que mezcla mármol, lámparas de araña, cubertería de vidrio y pósters de Raffaella Carrà. Un pequeño viaje a una Italia glamurosa y extravagante. La entrada no decepciona: un pasillo sobrio que promete poco acaba llevando a un salón invadido por la luz del patio, que devuelve esa sensación de estar en la sala principal de un castillo extravagante.
Bajo la dirección del chef Daniele Tasso y el chef Gilberto Renna, el menú rinde homenaje a la tradición italiana con secciones obvias: entrantes clásicos (bruschetta, flores de calabacín frías), pizzas, pasta y carnes. El sitio no engaña, aquí se viene a una experiencia parecida al lujo, así que nada es barato y todas las secciones tienen su versión de lujo: pasta con bogavante y opción de caviar, burratas artesanales, pizzas al caviar o carnes como tomahawks de más de un kilo. La Italia lujosa.
Por lo mismo, trufa por todos lados: para coronar una pasta a la carbonara rematada dentro de una rueda de pecorino en la mesa o para pincelar un solomillo a la rossini bien cocinado. Sabores fuertes acordes al poderío del lugar. La cosa es dejar huella en los ojos y también en el paladar del comensal.
Para acompañar, una extensa carta de vinos orgánicos italianos con más de 70 referencias, desde Chianti hasta Barolo, y una carta de cócteles originales como el Negroni ahumado o el Espresso Martini al pistacho, y postres caseros bien ejecutados o acabados en la mesa como el tiramisú al pistacho que se derrama o el Bakes Alaska, una fantasía bizarra de bizcocho y helado cubierto de merengue y flambeado al momento.
Todo ello, mientras se mira al jardín, que de momento no tiene mesas, pero que se convierte en una especie de telón de fondo gigante, con absolutamente todo el local abierto hacia él.
Todo, por cierto, atendido por un equipo de casi 100 personas, todas italianas, porque la cada madre, Big Mamma, está en Milán, y exporta a sus trabajadores al mundo. Y nada como un camarero italiano descarado diciéndote qué versión de la pasta que te estás comiendo prefiere para redondear una experiencia que no será para todo el mundo, ni para todos los días, pero que sí consigue ser reseñable.