No es cierto, como dice Antoine de Saint-Exupéry en El Principito, que lo esencial sea invisible a los ojos. O sea, hay cosas que son esenciales y que no están a la vista de todo el mundo. Pero la mayoría de las cosas no son así. ¿Un ejemplo? Obe Restaurant: tan delante de nosotros todo este tiempo, tan presente, tan céntrico y tan asumido como parte del orden natural del día a día que, claro, no necesariamente reparas en él.
Hasta que reparas, claro, en ese restaurante que se esconde al lado del Mercado de Santa Caterina.
Un apunte necesario antes de seguir con la reseña: asumimos turístico como un adjetivo eminentemente peyorativo. Y tampoco es exactamente eso. Lo digo porque Obe es un restaurante turístico –¿qué restaurante en Barcelona no lo es?–, aunque sólo sea por ubicación. Ahora bien, en materia de calidad y ateniéndonos al componente peyorativo de la palabra turístico, tendríamos que revisar nuestras creencias.
Por circunstancias de la vida –sirva esto como argumento de autoridad que desmonta una falacia afectiva–, el que escribe esto ha vivido en Italia algún tiempo. Con ello quiero decir que cierto criterio tengo: que Telepizza no es lo más cerca que he estado de una pizza. Aunque esto último da igual porque en la carta de Obe no hay pizzas. Y ni falta que le hace.
El trato que hacen de la pasta, el mimo a la receta tradicional, el cuidado en la presentación elevan, insistimos, a Obe a la categoría de “uno de los mejores restaurantes italianos de la ciudad”. Buena cuenta de ello la dan los candele “cacio e pepe” con crema de puerros y piel de limón –una suerte de reinterpretación de la receta tradicional– y el ravioli de remolacha a la salvia con semillas de amapola.
No es exclusivamente la pasta lo que hace de Obe un must entre los amantes –y no amantes– de la cocina italiana. Lo es una carta interesantísima. También lo es una vasta variedad de vinos que referencia a los caldos salidos del Norte de Italia. También lo es la materia prima –pruébese la burrata–. También lo es el hecho de que lo hubiésemos tenido delante de nuestras narices (plaça de Santa Caterina, 1) y no nos hubiéramos dado cuenta. Hasta ahora.