En la Sierra de Collserola, justo debajito del Tibidabo, en un desvío de la Carretera de la Rabassada hay una piedra. Y esto sería irrelevante de no ser por un pequeño matiz: fue manipulada hace 4.000 años.
Intrascendente en su función (actual) y discreta en su presencia, esta piedra sorprende por un motivo tan banal como son unas mellas, unos agujeros. Una red de cavidades cóncavas que conectan lo que hicieron protocanteros, si se acepta la palabra. Los huecos, por cierto, son como puñetazos en un bloque de plastilina de cien kilos.
La roca, huelga decirlo, data del año dos mil antes de Cristo y es el único monumento megalítico conocido en la ciudad. La ruta para llegar la indica Altres Barcelones en este artículo.
Volviendo a los huecos. Estas cavidades traen de cabeza a los estudiosos, dado el misterio que las envuelve. Se sabe, casi a ciencia cierta, que no fueron causadas por desgaste derivado de la meteorología o por daño animal. Se sabe, casi a ciencia cierta, que de no ser por la mano humana esos agujeros no estarían ahí. Y se cree, entonces, que fueron hechos con alguna finalidad.
¿La finalidad? Como venimos insistiendo, no hay certeza alguna. Se ha dicho que el uso era religioso. Que sus usos estaban ligados a los sacrificios y los conductos de la roca servían para evacuar sangre. Que sirven para cazar. Que tenía otros fines ceremoniales. O, quizás, para que las brujas perpetuaran lo que serían aquelarres aún en estado embrionario.