Con la buena noticia de la selección de ‘Estiu 93‘ para competir en los Oscars, nos ha venido un poco esa morriña noventera ahora que la nostalgia por las últimas décadas del siglo pasado está de moda. Yo me he puesto a pensar un poco en qué estaba haciendo en el verano de aquel año, y aunque la memoria me va y viene por los estragos de la (poca) edad hay varios recuerdos que son imborrables, como los que se centran en la masía de mis abuelos. Y muchos de ellos los comparto con Frida, la protagonista de esta película tan bien interpretada por Laia Artigas.
1 – Lo bueno del verano es que te lo tirabas entero pasado por agua. Tanto en la alberca como en el río, o en ausencia de ellos manguera en mano, no había quien te sacara del agua. El verano duraba muy poco y había que aprovecharlo, que luego en Barcelona nuestros padres no tenían tiempo para llevarnos a la piscina.
2 – Las gallinas. ¡¿Cómo olvidarse de las gallinas?! Os revelo un pequeño secreto. A mí me daban auténtico pavor. Podría venir una mezcla entre Freddy Krueger, Jason y el muñeco de Chucky que me daría más respeto cruzarme en medio de la noche con uno de esos bichos del demonio.
3 – Ibas a la masía para huir del calor pero a veces era imposible escapar de él y los ventiladores no servían para casi nada. Te pasabas horas delante de ellos y seguías sudando como un poseso. Lo mejor era combatirlo con un buen helado y toneladas de siesta en la sombra.
4 – Los amigos del verano. Los veía solo entonces porque en los meses de cole vivían a saber dónde y había que aprovechar como si no hubiera un mañana. En ese sentido, la hiperactividad infantil estaba más que asegurada. Ahora lo miro con perspectiva y no puedo evitar sentir compasión por nuestros pobres padres.
5 – El sonido de los bichos por la noche, especialmente el incesante canto de los grillos que no se iba de mi cabeza. Y lo que no eran sonidos, sino ataques indiscriminados contra nuestra piel. Era lo único por lo que deseaba que se acabasen las vacaciones y volver al hogar libre de mosquitos chupa-sangres.
6 – Los sofá-camas. No por su incomodidad ni nada del estilo, porque al final nuestros padres siempre nos daban la cama buena y el sofá se lo tragaban ellos. Pero recuerdo de pequeño como me encantaba el concepto, la idea de que un sofá pudiera abrirse y convertirse en cama. Me encantaba ayudar a montarlo y desmontarlo.
7 – Las barbacoas. Esas comidas al aire libre con la familia, cómo olvidarlas. El fuego, que me fascinaba de pequeño, la sierra de fondo y tanta comida que no sabía ni dónde meterla. Y lo mejor de todo es que por entonces no tenías que hacer nada, solo sentarte y esperar a que te llegara un plato y un refresco.
8 – Las cangrejelas. Míticas donde las haya. ¿Quién no fardaba de tener las más chulas de todas? Lástima que solo pudiéramos sacarlas a pasear tres mesesitos al año.
9 – Las porterías improvisadas con piedras y los «campitos de fútbol» en pendiente. Las heridas estaban garantizadas y la ley de la botella era un suplicio para quien le tocara «ir a por ella».
10 – Los abuelos. Me he dejado el punto más importante para el último porque si existen recuerdos importantes de nuestros abuelos en la infancia esos son los de verano. Los de la masía. Las meriendas de la tarde y las comidas, los cuentos y los juegos. Imposible separar el verano de tu infancia y tus abuelos.
Foto de portada: Fotograma de ‘Estiu 93’