La gourmetización –inciso: no hay nada malo en la gourmetización per se, siempre y cuando no sea un proceso que consiste en añadir una reducción de vinagre balsámico donde antes no había nada– ha llegado a todos los campos culinarios. No hay variedad gastronómica que se escape de los tentáculos de este modus operandi. Y los pollos asados no son una excepción.
O no en Barcelona.
Eugeni Diego, jefe de cocina del Bulli entre 2005 y 2010 y que siguió vinculado a la marca hasta 2017, abrió A Pluma hace un par de años. A Pluma es probablemente uno de los restaurantes más agradecidos de Barcelona. Entiéndase por agradecido que nadie te da tanto por tan poco. Y entiéndase lo de tanto no como un adverbio de cantidad, sino de calidad.
Y es lo que cabe esperar. A saber, la cuestión es un poco como la de si Messi decide irse al Socuéllamos. Como Antonio Banderas actuando en el corto de un estudiante de comunicación audiovisual. Es decir: un lujo atípico a precio –spoiler– atípico. Tan atípico como comer lo que ha pasado por las manos de un excocinero del Bulli por un precio que no supera el de dos Big Macs.
La filosofía, además de la comentada, es la de hacer platos sencillos –impecables– que giran –jaja– alrededor del pollo a’last que, lógicamente, es la estrella. La filosofía es una evidencia contra la idea de que para comer (muy) bien hay que pagar (mucho).