Cuenta la leyenda que en Passeig de Gràcia con Gran Via había un punto en el que coincidían todos los barceloneses que salían a emborracharse.
Técnicamente más que cuando se quedaban tirados, era cuando se encontraban cerrada la Puerta del Ángel (principal entrada a la Barcelona amurallada del Siglo XV).
Y, ¿por qué un borracho se iba a encontrar con la puerta de su ciudad cerrada? Se preguntará el lector de estas líneas con buen tino. Pues porque, igual que un negocio de 2018, la ciudad tenía horarios: a tal hora se cerraba el chiringuito y quien estuviera fuera, fuera se quedaba.
La pregunta ahora sería la siguiente: ¿qué atractivos hay, entonces, extramuros? Pues a ver, nuestros conocimientos no son tan vastos como para ser capaces de enumerar uno por uno todas las opciones de ocio que había en la ciudad. No somos senseis. Pero suponemos, creemos que con buen criterio, que fuera de la ciudad viviría todo lo que no estaba permitido dentro: vicio, drogas, brujería, prostitución y, sobre todo, alcoholismo.
Alcohol por un tubo. Cantidades ingentes de alcohol. Vino para saciar a los asistentes a un cumple de Ronaldinho. Vino a cascoporro. Vino, por cierto, a un precio inferior al que se encontraría dentro de la ciudad: si no pagas aranceles, no es necesario que incluyas ese añadido en el precio.
Entonces, igual que te habrá pasado a ti alguna vez después de decir que «hoy no me lio, que mañana tengo cosas que hacer», a la gente se le iba la hora (y sin reloj de pulsera o de bolsillo, con más razón). Así, una vez se daban cuenta de que no les iban a dejar entrar les quedaba una sola opción real: beber hasta cansarse y una vez cansados, ir al punto en el que convergen la Gran Vía y el Passeig de Gràcia.
Habiéndose corrido la voz, todo borracho, lo mejor de cada casa, los habituales en el emborracharse más pagando menos, se reunían a diario en ese punto. La unión hace la fuerza y todo ese rollo. Como un puede imaginar, los guirigais que se armaban ahí eran, como poco, dignos de mencionar.
Se podría decir incluso que, según la leyenda, en la actual fuente de Passeig de Gràcia, se forjó el primer after de España.