El Impuesto de Estancias en Establecimientos Turísticos (IEET), conocido popularmente como ‘tasa turística’, aumentará en los próximos años en Barcelona. Concretamente, el Ayuntamiento barcelonés ha establecido para el 2021 un recargo de 0,75 euros; otro de un euro para 2022; otro de un euro más para 2023; y un cuarto recargo de 1,25 euros para 2024. En total, la tasa sumaría los 4 euros por persona y pernoctación autorizados por la Generalitat.
Xavier Mercé, concejal de Turismo e Industrias Creativas de Barcelona, ha hecho hincapié en que estos recargos «no tienen objetivo recaudatorio». Mercé se ha visto obligado a puntualizar ante el aluvión de críticas que ya se veía venir. Pero, ¿es realmente negativa una tasa turística que grave la pernoctaciones?
Está claro que el turismo es un pilar fundamental de la economía española, guste o no, pueda o no enmendarse. Es tan elemental que supone un 12,3 por ciento del PIB, una cifra que traducida en euros rozaría los 150.000 millones de euros. Resulta evidente pensar que ningún gobierno de ningún tipo ni signo político pondría en marcha un paquete de medidas alguno que limara los ingresos que el turismo genera.
Ciertos agentes profesionales del sector turístico, pero también muchos usuarios en redes sociales, han criticado este recargo aludiendo al daño que este medida podría ocasionar a la gallina de los huevos de oro en una situación ya de por sí crítica tras la crisis del coronavirus, con unas pérdidas que el sector calcula en torno a los 83.134 millones de euros.
Pero lo cierto es que no existe demostración de que las tasas turísticas, que en España solo aplican Cataluña y Baleares, hayan mermado el número de visitantes. Cataluña aprobó esta tasa en 2012; desde entonces y hasta el 2018, la cifra de turistas ha creció un 23 por ciento. Algo similar ha ocurrido en Baleares, donde la tasa se aprobó en 2016; desde entonces y hasta el 2018, las visitas de extranjeros crecieron un 13,8 por ciento.
Resulta difícil establecer una relación de causalidad entre la aparición o el incremento de las tasas y el aumento de turistas. Lo que sí parece claro es que no existe el proceso negativo: que estas tasas hagan disminuir el número de turistas.
El diario El País citaba hace un año un estudio del economista Josep Andreu Casanovas, de la consultora Cegos y Jordi Suriñach, de la Universitat de Barcelona, en el que se afirmaba lo siguiente: “del conjunto de estrategias empleadas, en todas ellas y para todas las variables consideradas, la conclusión es siempre la misma: no se ha podido demostrar que el impuesto turístico haya tenido un efecto negativo sobre la demanda turística en Cataluña”.
Una vez claro que estos impuestos no tienen una repercusión negativa sobre el sector turístico resulta obligatorio plantearse la opción opuesta: ¿son estas medidas positivas para el turismo?
La tasa turística recaudó solo en Catalunya el pasado año 65,6 millones de euros. Lo recaudado –el 50 por ciento va a las arcas de cada ayuntamiento mientras que el otro 50 por ciento lo recibe el gobierno autonómico– servirá para financiar labores de promoción turística, es decir, servirá para atraer a nuevos visitantes, así como para financiar la conservación del patrimonio e implementar políticas sostenibles que equilibren el impacto medioambiental de la actividad turística. Sin lo recaudado por este impuesto sería más difícil financiar la Agencia Catalana de Turismo, que para este 2020 tiene un presupuesto de 25.420.000 euros.
Las ciudades europeas más visitadas son precisamente las que más cobran a sus visitantes. Tal es el caso de Amsterdam, Roma, Venecia o Berlín, ciudades en las que, además, la presencia del turismo masivo ha alcanzado cotas tan altas que lo beneficioso de su actividad empieza a friccionar con lo perjudicial: masificación de ciertas áreas, gentrificación de barrios populares, burbujas inmobiliarias, expulsión de vecinos y comercios locales, encarecimiento de la vida en la ciudad, etc. Es aquí también donde los ingresos generados por las visitas extranjeras deben sellar grietas, haciendo del turismo un sector sostenible no solo en lo ecológico, sino también en lo social.