La avispa asesina, así se llama la avispa asiática (vespa velutina es su nombre científico), arrastra ese adjetivo por ser extremadamente agresiva las especies autóctonas.
Clickbait y nombres que asustan aparte, la picadura de la vespa velutina provoca en las personas el mismo efecto que cualquier ejemplar de abeja o avispa clásico. El nombre, insistimos, lo recibe (y aquí viene la preocupación de las autoridades) por su condición de especie invasora.
Si bien es cierto que hace un tiempo aparecieron varios ejemplares en un contenedor de reciclaje de Vallirana (Baix Llobregat), hasta esta semana no se tenía constancia de su presencia en Barcelona. Hasta que las autoridades correspondientes han avisado de que han anidado en un jardín interior del edificio de la Universidad de Barcelona.
La vespa velutina está en boga desde el sábado por la fake new del hombre de Lugo tristemente fallacido por una picadura (decimos fake new porque finalmente la culpable de la muerte fue una avispa autóctona y no la asiática). No obstante, se trataría de un problema que trae de cabeza a las autoridades desde hace ya varios años. En España, al menos, desde 2010.
En el resto de Europa es harina de otro costal. Lejos de parecerse a la avispa esa de Los Simpsons que llega en el interior de un juguete del Krusty Burger; el avance, la instalación y el acomodo de la vespa velutina en Europa ha sido tan rápido como progresivo. Los primeros casos se detectaron en Francia en 2004. Y ya habita Italia, Portugal, Alemania, Bélgica, Reino Unido (puntualmente), Suiza y algunos puntos del Norte de España.
Y, ahora, Barcelona.