El Ayuntamiento de Barcelona ha publicado en colaboración con La Fábrica el libro Barcelona. Fotos prohibidas.
Antes de que sucumbiera ante el bando sublevado durante la Guerra Civil; antes de que cientos de madres se echaran a sus calles para evitar, en vano, que sus hijos se fueran a una guerra; antes, también, de apostar a caballo perdedor en la Guerra de Sucesión. Antes de todo eso, probablemente mucho antes, a Barcelona se le asignó una profecía.
Quizás fue durante su fundación cuando, en el ADN (o lo que es lo mismo, en el destino) de Barcelona un oráculo dictaminó cuál sería el resultado de toda contienda: la derrota.
Toda derrota, se entiende, implica, conlleva o supone un precio a pagar. Así fue en cualquiera de los tres casos mencionados. Y así ha sido siempre. Hasta en el campo más intrascendente: cuando el Barcelona pierde contra la Roma, el precio es la humillación y quedar eliminado de la Champions.
La derrota, por lógica y salvo en casos muy concretos, también implica una victoria y, con ésta, la existencia de un ganador que escribe la historia. O al menos es lo que nos han dicho siempre.
Esta pequeña y a ratos tautológica reflexión viene a colación de Barcelona. Fotos Prohibidas, el libro que ha publicado La Fabrica Editorial en colaboración con el Ayuntamiento de Barcelona. En él se crea una historia de Barcelona a partir de imágenes.
Advierte Rodrigo Fresán en el prólogo: “La existencia de una Barcelona prohibida entonces debe entenderse (…) como una advertencia de que hay otras Barcelonas más allá de la Barcelona oficial que ofrecen las postales en los puestos de la Rambla”. Lo que no implica que esa Barcelona sea una ficción: existe y casi se puede tocar. Implica, en todo caso, la prevalencia del discurso ganador. Y eso (lo sabemos en parte gracias a Chimamanda en su famosa charla TED) es peligroso. Sobre todo y ante todo porque Barcelona es poli y multi, y a partir de estas preposiciones se puede añadir lo que se quiera.
Al hilo de esto, entonces, tendría sentido hablar de una Barcelona derrotada antes que de una Barcelona prohibida . Pero derrota tampoco significa eliminación.
Ser derrotado en este libro significa ser cualquiera de estas cosas que enumera brillantemente Fresán: “Asaltantes de bancos sitiados por policías, manifestantes bajo palos, prostitutas ofreciendo lo suyo al costado del camino, vendedores de top manta a la fuga, visitantes borrachos, desalojados y durmientes en la calle, nudistas y gays, hombres y mujeres haciendo sus necesidades (todas) en las aceras, banderas al viento y estandartes en llamas, finales de fiesta, reyes y políticos, culos y tetas, punks y reggaetoneros, parques y paseos, euforias y resacas, antiguas calaveras desenterradas y el reguero de muertos recién hechos que deja tras de sí un terrorista”.
Esa Barcelona es la que aparece brutal y magistralmente registrada y fotografiada por algunos de los mejores fotógrafos de España (alguno de ellos, véase Samuel Aranda, de los mejores del mundo) como Pilar Aymerich, Elena Ramón, Pérez de Rozas o Marta Sentís.