El Ayuntamiento los ha considerado “patrimonio popular de la ciudad”.
Una ciudad se construye sobre una historia, sobre unas personas, sobre unos monumentos y, sí, sobre unos bares. Sobre unas bodegas, en el caso de Barcelona. Tan, pero tan importante es el lugar de peregrinaje de los parroquianos que con cierta asiduidad frecuentan el bar en cuestión que a veces se da por hecho su presencia y permanencia. No en vano, incluso se erigen en templos turísticos.
Es por eso por lo que el propio Ayuntamiento de Barcelona ha emitido una moratoria para que estos bares no cambien. La cuestión es que en este tiempo una selección de bodegas no podrá pedir licencia de obras. El siguiente paso será estudiar sus características y ver si se pueden incluir en el catálogo de protección de locales emblemáticos de la ciudad. Concretamente, en el Catálogo de Protección Arquitectónico, Histórico y Paisajístico de los Establecimientos Emblemáticos de la Ciudad de Barcelona.
Janet Sanz, teniente de Urbanismo, ha dicho que el objetivo es “blindar la ciudad de la lógica depredadora de grandes marcas que acaban diseñando barrios homogéneos”.
La palabra clave para entender este movimiento, entonces, es blindaje. El Ayuntamiento aspira a blindar “su esencia, identidad y vinculación con el tejido urbano del entorno”. Y está bien: si nos dirigimos a una situación en el que el gentilicio de la ciudad sea el de turistas, alguien tiene que dar mayor cabida a la identidad.
En esta preselección de bares y bodegas llevada a cabo por los técnicos de distrito, se han elegido 31 establecimientos. ¿Los criterios? Antigüedad, importancia y peso en la ciudad. El distrito con más bodegas, por cierto, es el de Gràcia y algunas de las más míticas son la Bodega Quimet de Gràcia o el Bar Leo de la Barceloneta.
El Ayuntamiento ha entendido la importancia de lo que cantaban Gabinete y Caligari después de aquello de bares qué lugares:”no hay nada como el calor del amor en un bar”.