Desde que se cruzó en mi vida, no he vuelto a ser la misma.
Yo era una chica sana, aficionada al basket y al deporte en general; nada amiga de los alimentos ricos en grasas. Cada vez que iba a casa de mi yaya decía que era la salud hecha persona. Mis padres estaban orgullosos de mí, era la imagen del éxito y la envidia de sus amigos; cuyos hijos nunca eran lo suficientemente buenos para compararse conmigo.
Pero claro, ella apareció y echó por tierra ése futuro tan prometedor que todos me pronosticaban.
Sucedió una noche de hogueras, risas, amor y alcohol, mucho alcohol. Estábamos alrededor del fuego contando anécdotas y jugando al “verdad o reto” cuando alguien me ofreció algo con una cosa blanca por encima. Nunca he sido una persona de vicios, de hecho mi bebida era un refresco a secas, sin ron; pero alguien dijo que me tocaba “reto” y que éste consistía en probar lo que me ofrecían. Me negué varias veces, insistí en que no podía ser bueno para mi salud pero me dijeron que por una vez no pasaba nada; que ya estaba bien de ponerme límites…
Les hice caso; demasiados años de hacer lo correcto estaban empezando a pasarme factura. La probé. Al principio no me gustó pero al poco, quería más. El resto de la noche fue una lucha constante entre la voz de mi conciencia, que decía que aún estaba a tiempo de parar y mi diablilla interna; que con una sonrisa me anunciaba que aquello no había hecho más que empezar.
Empecé a consumirla de forma ocasional, luego pasé a hacerlo una vez por semana y de pronto, cuando quise darme cuenta, cada mañana. Me ayudaba a activarme, a afrontar el día con energía. Mi aspecto físico comenzó a cambiar. Estaba más dejada, con ojeras y vivía con un mono constante. Poco a poco, dejé de tener amigos. Ya no me llamaban para acudir a fiestas ni cervezas afterwork, pues ella se convirtió en mi único tema de conversación.
Además, el hecho de vivir en Barcelona hacía que la tuviera a mi disposición siempre que quisiese.
Hasta entonces, mis padres habían cerrado los ojos. La tarde que mi madre me descubrió con una indigestión y con ella entre las manos. Esa tarde, me puso en contacto con un especialista.
Han pasado unos meses y aunque ya no la consumo tanto, de vez en cuando me acuerdo del éxtasis que se siente al saborear el azúcar mezclada con el ácido néctar de la naranja y ese pan que recuerda al roscón de Reyes Magos.
Hola, me llamo Lorena y soy adicta a la coca.