Viernes negro en la ciudad condal o como dirían los americanos: “Black Friday Barcelona”. Lo que empezó siendo algo lejano que solo pasaba en las pelis de comedia familiar se instala poco a poco en nuestra cultura, como Halloween o San Patricio (Santa Claus lo intentó pero el Tió de Nadal lo expulsó a base de heces).
Black Friday Barcelona consiste en que algunos negocios hacen rebajas importantes de sus productos para que los más madrugadores de las compras navideñas hagan de las suyas. El año pasado intenté ser uno de ellos y me salió el tiro por la culata. Vamos, que tuve un viernes negro en todo su esplendor. Para que no cometáis los mismos errores, os comento qué me pasó:
Compras pre-navideñas: mi intención era ser responsable y empezar a adquirir algunos detallitos navideños antes de que Nochebuena se me echara encima (como viene siendo habitual). Intenté entrar en tres negocios y fue imposible no, lo siguiente. Parecía que en vez de hacer ofertas de Black Friday en la ropa, directamente la regalasen.
…Por cierto, luego entré en una conocida tienda de electrónica y me enamoré tanto de un reproductor de música con “descuentazo” que me lo compré. Creí que había hecho la adquisición del año cuando descubrí que la tienda había subido los precios para bajarlos en Black Friday Barcelona y que panolis como yo creyesen haber conseguido una ganga. Sí, esos pequeños detalles que hacen que te pongas de los nervios…
Había gente, muchísima gente esperando comprar algo que a lo mejor ni quiere ni necesita. Las bolsas ocupaban más que las propias personas y las colas para pagar eran kilométricas. Me pasé cinco niveles del Candy Crush mientras esperaba e iba a superar el sexto cuando descubrí que unas señoras se me habían colado. Les indiqué amablemente que yo estaba antes y me montaron tal follón que apareció un guarda de la tienda y me indicó que dejara pasar amablemente a las ancianitas y fuera al final de la cola.
Dejé la prenda donde me la había encontrado y después de ver que la gente, literalmente, se pegaba por conseguir lo que quería, decidí tomarme algo. Todos los bares a los que quería ir estaban hasta la bandera, casi tan llenos como las tiendas.
Tuve una cita o mejor dicho, un desastre de cita. Quedé con él en The Room porque se le veía un chico modernete y cool (al menos en su perfil de Facebook) y creí que tomar un gin-tonic le podría gustar. El único problema es que las propiedades digestivas de la ginebra mezclada con la tónica se multiplican por diez en mi estómago, así que terminé postrada en el trono. Al salir, el chiquet había desaparecido y los clientes me miraban de reojillo…Ups.