Cuando Perot Rocaguinarda -presunto Robin Hood catalán del Siglo XV- se escondió en unos bosques del Maresme, (creemos) no sabía que años más tarde esa zona estaría considerada como un bosque encantado. Cuando Perot Rocaguinarda marcaba en una piedra con una cruz cada asesinato que cometía, tampoco sabía que Cervantes haría de él un trasunto literario bajo el nombre de Roque Guinart.
A diferencia de lo que cabría esperar, a esta historia no le siguen tramas de fantasmas o de apariciones relacionadas con los asesinatos de Perot Rocaguinarda. No. El misterio del Bosque de Orrius bebe de lo sacro, de lo espiritual, de lo religioso. Naturaleza, magia y religión son las tres palabras a partir de las cuales se puede figurar un campo semántico del Orrius.
Aunque tampoco conviene ser cándido: todas las ramificaciones de la parapsicología -o de cualquier disciplina esotérica o espiritual- han puesto sus ojos, en algún momento, en el Bosque de Orrius.
Sean los primeros yoguis de España refugiándose en una de sus cuevas por las fuertes conexiones telúricas; sea que hay veces en las que la luz natural no coincide con la hora que debería marcar el reloj; sean los asentamientos neolíticos; sea Iker Jiménez llevando a sus acólitos al bosque para hacer un reportaje; sean ufólogos enterándose de la presencia de luces en el firmamento; sea que Orrius siempre vaya acompañado de palabras tales como aquelarre, ouija o psicofonía; sea, sobre todo, que alguien decidiese tallar ahí unas figuras. En piedra.
Probablemente el tema de las figuras talladas en piedra es lo más enigmático del Bosque de Orrius. Un moai extremadamente bien hecho: tallado preciso, ojos vacíos y del tamaño de un hombre. En el anverso del moai –“échale papas al caldo”, diría un amigo- está la silueta de un maya. Nadie sabe por qué. Realmente, nadie sabe por qué nada. Pero ahí está todo. También está en piedra un elefante y cuevas.
Por desconocerse se desconoce hasta la autoría de las figuras. Ahora bien, nadie se vaya a pensar que son de tiempos antediluvianos: las esculturas tienen como 40 o 50 años.
En cierto modo, el Bosque de Orrius, incluso, puede ser considerado como un museo. Un museo natural, si se aplica un poco la imaginación. Moai, indio, elefante, extrañas inscripciones sobre rocas. Se puede hablar de la piedra como sustituta del lienzo.