Su belleza no es visual: es netamente sonora o fonética.
Hace algún tiempo, leí (creo que en la misma RAE) que la palabra más bonita del castellano -fonética y no léxicamente hablando- era Querétaro. Querétaro es un estado de México. Ya ven, nada importa aquí el significado. Una palabra sin moral ni ética detrás. Sólo la vanidad de sonar bonito. Querétaro. Se antoja necesaria una descripción, al estilo de Nabokov en Lolita, del viaje que efectúan glotis, lengua y dientes. Pero no es el tema que nos ocupa.
El tema que nos ocupa es otra palabra, de origen onomatopéyico, que suena parecido. Con fonología nasal de por medio, eso sí. Tantarantana es la palabra en cuestión. Se le llena la boca a uno diciéndolo. Suena a insulto, incluso, a tarambana. Pero qué va: Tantarantana es el nombre de una calle de Barcelona. De una calle del Born. En la RAE, se dice que el tantarantán es el “sonido del tambor o del atabal, cuando se repiten los golpes”. Pero dado el caso, lo que nos interesa es que es el nombre de una calle.
Y es una calle que se llama así -según se informa en el Nomenclator del Ayuntamiento de Barcelona- desde 1716. ¿El por qué? La principal hipótesis (hay otras defendidas en otros portales de Internet) es que en dicha calle vivía el pregonero de la ciudad. Éste, cuando había una noticia importante que pregonar -vaya, cada vez que tenía que hacer su trabajo-, lo anunciaba con un redoble de tambor. O con una trompeta. El caso es que alguno de los dos sonaba así: tantarantana. Tantarantana.