La peculiaridad o la rareza, igual que la normalidad (y que cualquier adjetivo, vaya), es relativa. Y más si lo usamos para referirnos a una calle. ¿Qué es una calle peculiar? Para mí podría serlo Joaquin Costa; habrá quien crea que Verdi es el paraíso urbano de la rareza municipal; o quien difiera en absoluto y defienda que Diagonal, con toda su vasta inmensidad, es peculiarísima. Y tampoco faltará quien crea que es una nimiedad de dimensiones bíblicas: las calles son calles.
Uno justificaría la afirmación del titular –porque, claro, si digo algo, qué menos que justificarlo– arguyendo que no parece Barcelona. Pero uno se quedaría más ancho que largo porque es una justificación insuficiente e infantil.
Tal vez habría que añadir algo relativo a su espíritu anárquico; a la certeza de que es un brote de anarquía o de esquizofrenia en una ciudad capitalista o cuerda. O quizás valdría con decir que su aparente caos es un encanto apenas visto en ninguna otra calle (pero sí en alguna que otra plaza: parece que Sant Gaietà y Aiguafreda están conectadas por un agujero de gusano).
Es probable que la defensa de la afirmación apunte a la dificultad de encontrar un rincón de este tipo, sí. La ciudad lo fagocita, homogeniza e impersonaliza todo. Hasta la estética, sobre todo la estética. Calles como Aiguafreda había mil –entiéndase la hipérbole– en Horta. Pero por lo que sea, actualmente, es de las pocas que quedan. Y así, desde la excepción, se han erigido en muestra de identidad de un barrio o de una ciudad que ya no existe.
No hace falta un C2 en catalán para saber que la traducción de la calle sería “Agua fría”. Y esto, como diría Rajoy, no es como lo de la lluvia que cae del cielo y no sabes por qué. No, Aiguafreda se llama así por una razón lógica y sencilla: una gran cantidad de agua fría fluía o fluye en el subsuelo de la zona.
De esta peculiaridad, de la odonímica, se extrae otra peculiaridad histórica y poco conocida. Aiguafreda fue durante tres siglos la lavandería de la ciudad. Sucios como estaba los recs, los burgueses querían mantener su ropa incólume. De este modo, los lunes les dejaban la ropa a las amas de casa de la calle Aiguafreda –unas casas que tenían y tienen un pozo en la zona delantera. Y se la devolvían limpísima los sábados. Y así fue desde el siglo XVII hasta bien entrado el XX.
Aiguafreda es una calle de que parece de acceso privado. Pero no lo es. Aunque, ojo, esto no implica que sea el pasillo de tu casa: los vecinos que habitan las viviendas de Aiguafreda son tan merecedores de descanso como tú cuando estás en la tuya.