El rinconet —así se le conoce a esta plaza— es, para muchos, el lugar más romántico de Barcelona.
Estaba pensando en cómo escribir la introducción de este artículo y me ha venido a la cabeza Harry Potter y la Piedra Filosofal. He pensado en las dificultades de Harry y compañía para llegar hasta el espejo de Oesed.
Los puentes entre la historia de J.K. Rowiling y la realidad son evidentes para quien ha ido alguna vez a la plaza de Sant Gaietá. Si vas a ella, vas porque quieres. Es prácticamente imposible que te la encuentres fortuitamente en un paseo. Es prácticamente imposible que des con ella si no sabes de su existencia.
¿Por qué? Bueno, lo primero es porque a no ser que seas de Sarrià es raro que visites la zona —con todo el cariño y respeto del mundo, ¿quién hace turismo en Sarrià?—. Lo segundo es porque está bastante escondido. Para llegar a Sant Gaietà tienes que pasar por un callejón que uno no cruzaría si no sabe que hay algo que ver tras él. Ah, el callejón está detrás del Mercado de Sarrià.
Además, Sant Gaietà se parece más a un patio privado que a una plaza privada. Las baldosas rojas —¿dónde se pavimenta con baldosas rojas?— que identifican a la plaza están rodeadas por una decena de casitas de baja altura.
En Sant Gaietà, por cierto, no hay camareros, no hay mesas, no hay ninguna estatua de ningún conquistador sobre los lomos de ningún caballo, no hay ningún banco de diseño. Aquí sólo hay plantas. Plantas que crecen libremente por libre decisión vecinal. Sant Gaietà es un reducto anárquico escondido (“Si te gustan los secretos, este es un espacio que debes conocer”, dice Xavier Muniesa) en una ciudad que lo fagocita todo.