Lo de la rareza –casi como el uso de cualquier otro adjetivo, claro– es algo tan relativo como personal y ambiguo. Lo de siempre: lo que es raro para mí, es normal para otro. Y no es menos cierto que al carrer Milans le van pero que muy bien otra cantidad de adjetivos: atractiva, circular o pentadecagonal podrían ser unos de ellos.
Ahora bien, no es menos cierto que si nos atenemos a la segunda y a la tercera acepción de la RAE –“extraordinario, poco común o frecuente” y “escaso en su clase o especie”–, lo de raro no es tan raro. Porque podrían aludir al carrer Milans. Y nos explicamos: no hay ninguna otra calle en el Gótico (e incluso tampoco en Barcelona) de sus características.
¿Y cuáles son sus características? Pues ya lo hemos dicho: circular –más preciso sería lo de pentadecagonal (es decir, quince lados)– y lo de raro. Pero en términos más líricos también podemos referirnos a ella así: habría que estudiar si hay alguna relación de causalidad entre torticolis y el carrer Milans. Otra: entre las angostas calles del Gótico, el carrer Milans es un catéter.
Su historia, realmente, no tiene nada de espectacular. A principios de siglo XIX, el centro de Barcelona se iba abriendo, se fueron derribando murallas y liberando espacios. Y aquí, Francesc Daniel Molina, arquitecto de la plaza Real, hizo lo que hizo. Hizo lo que hoy es una de las calles más raras de toda Barcelona.