No sé si alguna vez has escuchado rugir el motor de un viejo 600. Si lo has hecho, probablemente tendrás ahora mismo en la cabeza el traqueteo del sonido de la nostalgia. No es para menos, el 600 no es solo un artículo de coleccionista, es toda una oda al pasado. Y cuando centenares de ellos se reúnen en un mismo sitio, el traqueteo pasa de inmediato a convertirse en un concierto a la nostalgia sin precedentes.
Eso fue lo que ocurrió este fin de semana pasado en el circuito de Montmeló, cuando un total de 787 ejemplares se pusieron en cola con un solo objetivo: romper un Récord Guinness. Las normas para lograrlo: los coches tenía que estar en fila y en marcha.
En la primera intentona la cosa no fue bien, los coches se pusieron demasiado cerca y ya se sabe los estrictos que son los jueces del Guinness para conceder el dichoso galardón. Pero a la segunda la cosa fue sobre ruedas y ya se puede decir a viva voz que más 600 que ese día circulando en Barcelona no encontrarías en ningún otro sitio.
Se llegaron a fabricar hasta 800.000 de estos cochecitos que hoy en día nos parecen tan poca cosa pero que durante tanto tiempo gobernaron las carreteras españolas. Tenerlo no era precisamente tarea fácil, acrecentando aún más el misticismo del vehículo: primero había que apuntarse a una lista de espera (que a veces incluso llegaba al año) y cuando te lo concedían tenías que pagar para que lo fabricaran (o lo que es lo mismo, apoquinabas tres meses antes de que te llegara) y te tenías que conformar con el color que te tocara.
Cuánto ha llovido, ¿verdad?
Foto de portada: El Confidencial