“Las atracciones de Montjuïc cerrarán después de este verano”. Con ese titular anunciaba El País la clausura del mítico parque de atracciones de Barcelona. Era el 21 de agosto de 1998.
Como un hecho irreversible, como una enfermedad terminal y como una afrenta a la memoria. Así llegó la noticia. 32 años de historia diluidos en apenas medio centenar de días. El cierre del Parque de Atracciones de Montjuïc llegó también como el ocaso de una estrella del cine mudo tras la aparición del cine sonoro.
¿Por dónde empezar? O, mejor, ¿por dónde continuar? Lo más fácil sería por el principio. En 1962, el empresario venezolano José Antonio Borges Villegas, con experiencia en la emprendeduría vinculada al mundo del ocio temático, propuso la puesta en marcha de un parque temático en Barcelona.
Otro. Dado que el punto en el que se instaló había albergado el Maricel Park, inaugurado en 1930 y cerrado seis años con motivo de la Guerra Civil. En ese punto concreto también hubo un cementerio judío y una base importante para la defensa de la ciudad contra el bando franquista.
El nuevo parque de atracciones, entonces, venía a dar un viraje a la imagen de esa zona de la ciudad. Muerte y actividades bélicas por diversión y ocio.
Sus tornos empezaron a funcionar en 1966, y tras ellos había 41 atracciones (la mayoría de ellas procedentes del parque venezolano Coney Island), un puñado de restaurantes, un escenario con aforo para 6.000 personas, la discoteca Lord Black y la contribución al skyline de Barcelona a través de la noria.
La aportación del parque a la ciudad es mesurable y tiene sentido en la memoria colectiva: familias, adolescentes, turistas copaban sus atracciones fines de semana y festivos. Conciertos de los rockstar de la época. Inauguraciones de nuevos atractivos como el Twister o el Ciclón.
Y decadencia.
Para buscar las razones de la decadencia y del comienzo del fin habría que ir a 1977, cuando 30 trabajadores eventuales fueron despedidos por protestar por sus condiciones laborales. A partir de ahí, sólo quedaba el descenso de la montaña rusa.
La modernización de la ciudad que vino originada por Los Juegos Olímpicos dificultó los accesos al parque; algún que otro herido en el túnel del terror; la inauguración de Port Aventura en el 95… y el momento clave: entre apostar por el de Montjuïc y el del Tibidabo, el segundo se llevó el premio.
La concesión terminó en el verano del 98. Y así, con mucho de pena y mucho, también, de gloria, el parque fue cerrado, pasando a ser el particular Westworld de los barceloneses. Al menos hasta 2003, cuando se inauguraron los Jardines de Joan Brossa en conmemoración del poeta catalán.