Qué fácil sería empezar este artículo, qué fácil sería hablar de la defunción de una sala de teatro en los siguientes términos: que si Vania –una readaptación de la obra de Chejov- fue su último halito de vida; que si el teatro Muntaner echa el telón; que si hasta las mejores obras acaban.
Cualquier figura facilona sería válida para dar la noticia: después de 22 años cierra la Sala Muntaner. Después de cuatro lustros y pico de comedias y tragedias (no existe otra cosa), la Sala Muntaner desaparece. Desaparece, por ejemplo, de las páginas de cultura de los periódicos. O de las agendas. O de las opciones que tenían los actores entre salas en las que actuar.
Lo dicho, después de 24 años, la Sala Muntaner cierra definitivamente. Y lo hace un poco a la remanguillé. Fue el mentalista Luis Pardo –que tenía una obra en la sala- quien lo hacía saber a través de un comunicado en Instagram. Lo cual no deja de ser irónico, cruel, dramático. Es una víctima quien lo comunica “Somos los primeros afectados en el cierre de la sala”.
El cierre no debió coger –o no debería haber cogido- por sorpresa ni a propios ni a extraños. La sala llevaba bastante tiempo a la venta. Era cuestión de tiempo que esto terminase por pasar.
El portavoz del teatro, que también se ha pronunciado, no ha dejado títere con cabeza. Y ha apuntado a todas las direcciones. El IVA es un motivo del cierre, pero la situación política y la escasa afluencia de espectadores también lo son.
En cualquiera de los casos, los tres motivos anteriores están atravesados por un concepto: la situación económica.
El contexto del cierre, además, es el siguiente: los teatros catalanes cerraron la temporada con un 7% menos espectadores que el año pasado.