El claustro está ahí desde finales del XIX y la ciudad ha crecido al tiempo que la tranquilidad permanecía inamovible.
Como una construcción de Lego pergeñada y erigida por un niño de 7 años. Ese puede ser un buen punto de partida para hablar del claustro de la Basílica de la Concepció. Y es que el suelo que pisas en carrer de Aragó 299 no siempre estuvo ahí: antes estuvo en carrer Jonqueres.
¿Y cómo es esto posible? Bueno, la razón es tan sencilla como que el ensanche de la ciudad –la necesidad de derribar las murallas– dio pie a esta situación tan anómala. Si Barcelona iba a crecer, había que derribar el monasterio de carrer Jonqueres. No obstante, como está feo cargarse una construcción gótica y centenaria, las instituciones decidieron desmontarla y desplazarla a una nueva zona. Una zona de la que después se pudiera decir que antes toda ella era campo. Hablamos, claro, de l’Eixample.
Dizque el desplazamiento tampoco fue aquello de Fitzcarraldo: no se movió ni un kilómetro. Y no se le quita mérito. Simplemente se constata.
El asunto es que el claustro está ahí desde finales del XIX y la ciudad ha crecido al tiempo que la tranquilidad permanecía inamovible. Así es: el claustro de la Basílica de la Concepció es una joya céntrica, siempre sorprendente. Un elemento que contrasta con el bullicio de carrer Aragó.