Juro que niego y reniego de toda expresión que aluda a la energía que desprenden las personas y todo ese cuento new age. Pero reconozco que al pensar en Cristina Morales (Granada, 1985) tengo que revisar mis creencias y acudir al cliché: Cristina Morales desprende un aura espectacular (eso es lo que le dije a Elena por Whatsapp al terminar la entrevista).
Cristina Morales es un agujero negro de atención. Lo es cuando habla y lo es cuando escribe. Lo es en Terroristas Modernos, donde cuenta la “conspiración del triángulo”, un levantamiento frustrado contra Fernando VII. Y lo es, claro, en Lectura fácil (Anagrama, 2018), su último libro, el que le ha servido para ganar el Premio Herralde de Novela.
Lectura fácil cuenta la historia de Nati, Patri, Marga y Àngels. Todas ellas son parientas, comparten un piso tutelado en la Barceloneta y tienen distintos grados de lo que las administraciones públicas y privadas consideran “discapacidad intelectual”.
La lectura de Lectura fácil me lleva a pensar en una cosa que decía Roberto Bolaño. Algo así como que después de Sobre héroes y tumbas y de La invención de Morel, no se puede escribir una novela convencional. Y Morales, como dándole la razón a otro Premio Herralde, se ha saltado todas las normas (a una discapacitada le ha puesto la voz de catedrática, ha introducido un fanzine rabiosamente político dentro de la novela, ha puesto patas arriba el mundo de las letras) y ha creado un monstruo.
Dada la idiosincrasia del medio, la primera pregunta es obligada, ¿por qué ambientar Lectura fácil en Barcelona?
Porque yo vivo ahí desde hace años y escribo de lo que conozco. Los ambientes de los que se hablan, las organizaciones de las que se hablan… son organizaciones que yo he conocido, son situaciones que yo he vivido allí.
Al hilo de esto, ¿qué tiene Barcelona para recibir y aceptar tan bien las buenas novelas? Pienso en Laforet, en Rodoreda, en Mendoza, en Pitol, en Vila Matas…
Lo mismo se podría decir de Londres. Imagínate si hay autores que han escrito sobre Londres. Yo imagino que Barcelona, por ser un centro urbano, hay algo histórico. Hay algo histórico en la ciudad concebida por la modernidad (las revoluciones industriales, la revolución francesa). La ciudad se convierte en el centro del pensamiento, cosa que antes no era así. Antes el centro del pensamiento eran los conventos. ¡Antes el centro de pensamiento era Montserrat!
Creo que hay algo estructural en el hecho de que la literatura hable desde lugares urbanos y sobre lugares urbanos porque los centros de pensamiento en la modernidad están en el ámbito urbano.
«Antes el centro de pensamiento era Montserrat», Cristina Morales.
En un fragmento de Lectura fácil, dices lo siguiente: “Los que atentaron el verano pasado en La Rambla son almas cándidas comparadas con los terroristas aniquiladores de cualquier manifestación de vida que sois tú y tu juzgado”. ¿Te da miedo que tu mensaje no se entienda o se malinterprete?
No diría que haya una mala interpretación. Un verdugo nunca se va a llamar a sí mismo un verdugo. Un juez siempre va a decir de sí mismo que está para defender la democracia y los derechos de los débiles y la justicia y toda su parafernalia del orden de los derechos. Por supuesto ningún juez va a estar de acuerdo con esa aseveración. Pero a mí no me preocupa. No la malinterpretará. La interpretará muy bien. La va a interpretar muy bien pero no va a estar de acuerdo.
Durante una charla en el Círculo de Bellas Artes en la que hablabas de tu novela anterior, Terroristas Modernos, dijiste que te molestaba que te preguntaran lo siguiente: “¿Por qué siendo tú una mujer, la protagonista de tu novela goza de menor profundidad psicológica que el resto de tus personajes masculinos?”. ¿Es la disposición de las protagonistas en Lectura Fácil una suerte de respuesta a esta pregunta?
Diría que, de Terroristas Modernos a Lectura fácil, hay un proceso de politización por mi parte. Terroristas Modernos, aunque es mi primera novela y se publicó en 2017, es sin embargo la primera novela que empecé a escribir. Con 22 años.
El espíritu de la novela ya venía determinado en una época muy temprana de mi despertar sexual y mi despertar político. Y mi despertar feminista. Por los vaivenes del mundo editorial y del libro, Terroristas Modernos (que es mi primera novela) se terminó de editar y de publicar en 2017.
Más se parece Lectura fácil a Malas Palabras, donde el personaje, Teresa de Jesús, es una mujer y habla con sus monjas todo el tiempo. Todos los personajes son femeninos.
Creo que el hecho de que ahora todos los personajes sean femeninos responde, en primer lugar, a una mayor politización en el sentido de yo no tener que ocultar mi voz o yo no tener que transformar mi voz en una voz masculina para poder decir lo que quiero decir.
Cuando empecé a escribir, las primeras voces que adopté como narradora eran las masculinas porque los textos que nos han dado a leer históricamente son textos escritos por hombres que hablan de hombres y de mujeres. Y textos escritos por hombres blancos que hablan de blancos y de negros. Entonces, si bien mis primeros textos jugaban o se mimetizaban con la voz masculina y querían entender la mentalidad de un hombre para hablar del mundo, a estas alturas esa necesidad estilística e ideológica ha desaparecido.
«Las primeras voces que adopté como narradora eran las masculinas porque los textos que nos han dado a leer históricamente son textos escritos por hombres que hablan de hombres y de mujeres», Cristina Morales.
¿De qué hablas cuando hablas de discapacidad?
Cuando digo discapacidad me refiero al concepto que utiliza el poder. Es decir, cuando digo discapacidad intelectual (lo digo siempre): discapacidad intelectual según lo que entienden las instituciones públicas y privadas. Es decir, un resultado arrojado en virtud de una ecuación que se llama el cociente intelectual (que es un modo de medición de la inteligencia). Cuando yo hablo de discapacidad intelectual, precisamente para poder criticarla como discapacidad intelectual, la llamo así y no utilizo otra denominación para poder criticarla a fondo.
Creo que una de las apuestas de Lectura fácil es coger el vocabulario del poder y coger el vocabulario que se opone al poder y oponerlos. Frente a lo que el poder llama discapacidad intelectual, la novela propone personajes que ni siquiera necesitan autodenominarse a sí mismas. Simplemente, personajes que se comportan de una manera no socializada en la normalidad.
La discapacidad sería el sometimiento a las normas. Si el poder dice que la discapacidad es una menor inteligencia, quienes venimos criticando el concepto de discapacidad, decimos: “No, no, no, no. La discapacidad es cómo llamas tú y cómo patologizas a aquel que no entra por el aro de tu socialización”.
“Oye, prima, ¿has contemplado la posibilidad de incrustarte el móvil en la raja del coño, como cuando pagas con tarjeta y te pide que marques tu numero pin?” O “Pero es que yo no follo con españoles, Marga, porque son todos unos fascistas. Joder, Nati, eres más reaccionaria que el copón bendito. Y tú eres una jipi, a ver si te cortas ya esas greñas”. ¿Cuál es la función que cumple el humor en Lectura fácil?
Yo no preví que fuera una novela de humor. Yo no buscaba los chistes. Cuando se buscan los chistes, no hacen gracia. Tampoco hice esta reflexión: “Ay, voy a intentar no buscar el chiste para que así haga gracia”. Me parece que la risa emerge al contraponer realidades que parecen descontextualizadas. O sea, la tarjeta de crédito y la raja del coño parece que no tienen nada que ver. Sin embargo, las pones juntas y te hace reír.
Creo que la hilaridad es una consecuencia de ponerlas juntas. Creo que lo que ocurre es que mezclar esos dos mundos, esos dos campos semánticos tan extraños entre sí, nos ayuda a ver el mundo de otra manera. Normalmente lo que nos quieren decir es que la política representativa es una cosa, la libertad sexual es otra, los discursos políticos son una cosa, los programas de cocina son otra. Y, bueno, el fanzine viene a decir que hay unicidad en todos los discursos. Que se puede hablar de cocina de un modo tan reaccionario o tan escapatorio como se puede hablar de la sanidad pública.
El otro día, Antonio J. Rodríguez firmaba en El País un reportaje muy interesante en el que hablaba del ultimo boom de la literatura española. Tú encabezas el artículo, ¿que criterios crees que os unen a autoras como Aixa de la Cruz o Lucía Baskaran bajo el reclamo de “generación”?
Honestamente, ese tipo de reportaje a mí me interesa porque da visibilidad a mi obra. Pero lo último que me esperaba es que pusieran a las tres autoras (somos Aixa de la Cruz, Lucía Baskaran y yo) posando de la misma manera y puestas como en un mosaico como si fuéramos tres seres entre los que se puede elegir. Como si fuéramos tres botes de cualquier producto en un anaquel de un supermercado. Me parece muy desafortunado, en ese sentido.
Me parece que el reportaje no incide en ningún tipo de comunidad en el orden literario o estilístico, sino que solamente considera que tenemos en común la misma edad. Diría que sobre el hecho de que seamos mujeres pasa un poco de puntillas.
Y lo que sí me parece un poco vergonzoso aparte de la foto es la coda. En ese pequeño destacado dentro del artículo, una agente editorial decía que ser una mujer joven ahora es un plus para publicar. Para empezar: eso me parece mentira. Todavía estoy esperando que alguien cuando escribe un artículo sobre autores varones, ponga en un destacado que, según la agente literaria Fulana de Copas, ser un varón universitario de clase alta de más de 50 años y que escriba novelas cosmopolitas donde se habla de los problemas del hombre en la sociedad patriarcal en el gozo de sus privilegios es un plus. Porque así son la mayoría de las novelas que se escriben.
No creo que ese reportaje sea representativo de lo que nos pueden unir a Aixa de la Cruz, a Lucía Baskaran y a mí.
¿Crees que la crítica es hipócrita en la recepción de tu obra?
En primer lugar, considero que el Premio Herralde es un lugar de poder y prestigio, de gran prestigio literario. La crítica que se dirige al Premio Herralde es bien diferente a la crítica que se dirige a otros premios como el Planeta. Esto significa también que la novela está bien distribuida y llega a más medios de comunicación. Se reseña más.
Creo que era Nadal Suau, crítica de El Mundo, que empezaba mencionando esta hipocresía. Decía que: van a alabar la novela incluso aquellos que se escandalicen por ella (estoy parafraseando) y la van a alabar porque es un lugar de distinción no escandalizarse ante ciertos temas como el sexo lésbico entre dos discapacitadas, ante la crítica feroz a una persona con síndrome de down.
Hay un lugar de distinción intelectual en aquel crítico que es capaz de asumirlo todo, de no haberse escandalizado y de ser capaz de solo ver la apuesta estilística de la obra. ¿Es esto hipócrita? Pues quizás sí. Quizás sí que es hipócrita.
«Considero que el Premio Herralde es un lugar de poder y de prestigio, de gran prestigio literario», Cristina Morales.
Dijiste en una entrevista que “Yo no sabía que tenía una identidad, hasta que vine a Barcelona y supe que era una charnega”, ¿qué significa ser charnega en Barcelona?
Sabemos que los charnegos eran aquellos migrantes interiores que, desde el resto de España, iban a Cataluña en los años cincuenta o incluso después de la Guerra Civil. Con la crisis, ha habido una segunda ola de gente que hemos venido a Barcelona por no tener donde caernos muertos en nuestras ciudades de origen.
Cuando yo digo esto de no tener identidad, también es un chiste. El charnego es una identidad vapuleada. No es una identidad que refiere al origen, refiere al tránsito. Es una identidad, como se habla en la novela, bastarda. No mestiza, bastarda. No se reivindica como un lugar de exotismo.
Es toda una experiencia ser una migrante y ser leída por su acento y ser tratada en función de su acento y que lo primero que se le diga a una cuando habla es “¿de dónde eres?”.
Una identidad bastarda nunca sería una identidad. La identidad tiene visos de continuidad. Como el carné de identidad, no en vano, se llama carné de identidad. Y es el mismo hasta que te mueres. La identidad charnega es una identidad que se desecha, por suerte.
Los Combatientes y Malas Palabras, tus novelas anteriores, solo se encuentran en Iberlibro y cuestan alrededor de 200 euros. ¿Sientes que tu obra se ha convertido un producto capitalista?
(Risas) Claro. Es un producto capitalista porque es mercancía. El libro, una vez que está publicado, es un producto que se compra. Es mercancía. Es un producto capitalista como lo es una lata de Coca-Cola. Es algo que se puede adquirir. Si tienes el dinero, lo adquieres. Puedes robarlo, yo robo libros.
«Un libro es un producto capitalista como lo es una lata de Coca-Cola», Cristina Morales.
¿Podrían reeditarse?
Están descatalogadas y ya no tienen los derechos. Rescindimos el contrato porque no los distribuían bien. Me gustaría reeditarlas, pero ya será en otro sello editorial. Ojalá sea en Anagrama.
“Genial. Un libro estupendo. Cada fragmento/capítulo funciona como una unidad de sentido y enlaza con los demás al mismo tiempo. Es un libro que atrapa y convierte al lector. Lo convierte, por la inteligencia y las trampas que despliega. Y, al igual que en un collage o un film, Cristina Morales consigue significar y resignificar los fragmentos de modo que el libro tiene varios niveles de lectura y es pura dinamita”. Esta es una crítica a un libro tuyo en Goodreads, ¿sabrías decir relativo a qué libro tuyo es este comentario?
(Risas) ¿No será Los Combatientes?
Has acertado.
Sí, pero parecía que estuviera hablando de Lectura fácil.
Pues hasta aquí la entrevista.
De coña. Muy bien.