El Primavera Sound 2019 ha sido el reflejo del triunfo de la nueva normalidad.
Como creo que ser sincero o parecerlo es clave en la creación de cualquier tipo de relación, quiero que estas dos cosas –que contaminarán el resto del artículo– vayan por delante de todo. Uno, hice gala de mi condición de periodista para poder ir gratis al festival. Dos, mi interés en la música (en general) es elevado; pero mis conocimientos, no. Quiero decir: podría ser una persona que se define en Tinder con una frase tipo “me gusta la música, la literatura y los perros”, pero no fue hasta el sábado que supe lo que era una bulería. Lo digo porque –excusatio non petita, accusatio manifesta– creo que, habiendo gente como Luis Hidalgo o Nando Cruz, mi crónica musical no debería despertar interés alguno.
En ese punto razono, tiro de ego o de solipsismo y escribo en primera persona sobre cómo es vivir un festival en calidad de periodista –porque no he pisado un conservatorio en mi vida y sí (un poco) la facultad de Periodismo. El problema es que yo tampoco soy Hunter S. Thompson y no hay mucho que contar. O sea, sí que hay cosas que contar, lo que pasa es que tampoco hay mucha diferencia entre ir al Primavera Sound de paisano y hacerlo de periodista.
Entonces: de mi cuello colgaba un cordón con un trozo de plástico que acredita quién soy y para quién trabajo; gente del personal de seguridad tuvo algún apuro a la hora cachearme en el control de seguridad (¡el cuarto poder!); tenemos derecho a acceder a un Press Lounge en el que dejar los enseres; también nos dan cinco tickets por valor de cinco cafés o cinco aguas y en el Press Lounge hay varios baños que están más limpios que los del resto del festival porque son (o parecen) baños de obra. Ah, y tenemos acceso a una suerte de zona VIP con piscina, camas balinesas, gente que parece famosa y hay cervezas y copas al mismo precio que en el resto del festival, pero se sirven en vasos distintos (el mismo perro con distinto collar).
No nos regalaron –a mí por lo menos– unas RayBan (patrocinador), una camiseta de Pull and Bear (patrocinador) o una mochila de Adidas (patrocinador). Y está bien, creo, porque ganamos en independencia informativa. A ver con qué cara escribiría yo que no me gustó el concierto de Future (mentira) enfundado en una camiseta de patrocinio.
Sigo como si esto fuera una redacción de sexto de primaria: en el apartado de cosas que no me gustaron destaco una que ni siquiera pasó: la colaboración entre J Balvin y Rosalía. Mientras que Rosalía aupó (no literalmente) al escenario a James Blake para interpretar Barefoot In The Park; ni el colombiano ni la barcelonesa hicieron lo propio. ¿Qué les costaba –pensamos yo y, seguro, las miles de personas que bailaban sobre el flamante césped artificial– cantarse juntos Brillo y/o Con Altura? Ya que coinciden en el espacio y en el tiempo, qué menos que darnos ese placer. Bueno.
Luego, como persona (y no tanto como periodista) diría que lo mejor del festival en términos musicales fueron las siguientes cosas: Kali Uchis cantando Pobre Diabla; Rosalía como profeta en su tierra y su performance y el relativo silencio colectivo en algunas canciones; el ambiente lisérgico en el concierto de Tame Impala; 070 Shake, su magnetismo, su descaro y su hiperactividad; CHAI, unas japonesas que no conocía y a las que apenas escuché interpretar tres canciones y me cautivaron.
https://www.youtube.com/watch?v=8Mt3BZM-Sf0
El denominador común entre casi todas las cosas mencionadas en el párrafo anterior parece claro: la nueva normalidad. Los carteles cargados de testosterona dando paso a la visibilización de estilos y a una arrolladora presencia femenina; el Primavera Sound siendo adalid de esta nueva generación. No sería descarado decir que el Primavera ha conseguido derribar la barrera entre géneros –uso el condicional porque es un elogio excesivo–: el Primavera Sound lo único (“lo único”) que ha hecho ha sido catalizar un fenómeno que lleva años produciéndose en internet. Luego el siguiente paso ha sido presentarlo en un espacio concreto de Barcelona –y en noviembre en Benidorm, y en 2020 en Los Ángeles–.
Lo del New Normal, el término acuñado por los creadores –o por quien sea–, viene a señalar una cosa: aquello que se excede del término canónico de la normalidad ha de ser inmediata e inminentemente aceptado. Entonces, todo lo que rebasa a la normalidad tal y como siempre ha sido concebida ha cabido en Barcelona durante esta última semana.
Fuente: Primavera Sound