El día de mañana es la última y (por ahora) la mejor serie que ha producido Movistar +.
Primero, una renovación o reinterpretación del sueño americano a la barcelonesa y luego e internamente, una reiteración del mismo: esta podría ser la frase que usarían los productores de El día de mañana, la última serie de Movistar +, para ponerla en el cartel como cita de una crítica.
Justo Gil, el protagonista, es una suerte de Paco Martínez Soria (o, mucho mejor, un trasunto de Onofre Bouvila ciento y pico de años más tarde). Es decir, un tipo ingenuo, de campo, ambicioso, ignorante, sin mácula, que llega a una ciudad que le corromperá. La ciudad, por eso hablamos del tema en este medio, es Barcelona. La época en la que se desarrolla la serie es la pretransición o, siendo menos papistas, el tardofranquismo. Y un poquito de transición también.
Barcelona, entonces, es un avispero que apenas necesita un par de golpes para que las avispas siembren el caos. ¿El problema? Que el avispero no hace sino recibir sacudidas de Justo y de su entorno. Es la Barcelona más dual posible (miedo y esperanza es la dicotomía) porque existe una autoridad definida y una fuerza de cambio aplastante. Una juventud clandestina que quiere arrasar con lo que le ha sido impuesto. Y la ubicuidad de Justo es total: está en todos los lados.
Habiendo sido presentados trama y contexto, es necesaria una pequeña aclaración relacionada con la primera frase del texto: El día de mañana es la escalada (el intento de la misma, más bien) al poder por parte de un buscavidas. Pero, sobre todo, es la repetición del sueño americano en cada capítulo, existiendo, necesariamente, un fracaso de la puesta en práctica del sueño anterior. Lo intenta, se cae y se levanta con menos fuerza. Es decir, como una botella de Coca Cola de dos litros bebida a lo largo de dos semanas: el primer vaso tendrá bastante gas; los últimos, no.
El buscavidas al que referenciamos, por cierto, lo interpreta Oriol Pla. De Oriol Pla diré que el papel de protagonista de una serie de estas dimensiones le queda como a Dembelé el papel de sustituto de Neymar. Lo hace bien, sí, pero son demasiados los registros a los que no llega, creo.
El tipo, Justo Gil, es un antihéroe: un personaje caleidoscópico y plagado de incertidumbres y brechas morales y claroscuros (pero eso lo sabemos, sobre todo, porque utilizan el recurso de personajes hablando a cámara que describen a Justo). Un protagonista, Justo, que va en la línea de la ficción moderna: un Heisenberg o un Tony Soprano. ¿El problema? Insisto, que, a diferencia de Aura Garrido o de Jesús Carroza (brillantísimos estos dos), no termina de estar a la altura del personaje.
De hecho, y con esto acabo con la diatriba, el propio autor de la novela en la que se inspira, Martínez de Pisón, dijo que lo imaginaba bajito, rústico, hortera. Aunque (y Dios me libre de lo contrario) no pretenda reinterpretar el sentido de lo dicho por Martínez de Pisón, no deja de resultar chocante ver que éste es el único pero que le ha puesto a la serie.
Actuaciones al margen, la serie está realmente lograda. De hecho, es la mejor de las que ha producido Movistar + hasta la fecha y contribuye a restarle sentido a la frase casposa de: “Para ser española no está mal”. Claro que no está mal. Está, quizás, un escalón por debajo de La casa de papel.
Posicionándose entre el costumbrismo y la americanización se consigue un buen producto. Mención especial merece también la dirección de fotografía: la luz inunda todas las escenas, incluso una paliza en una comisaría (el grado simbólico de la foto es tan elevado como subjetivo). Y aun teniendo la sensación de que este párrafo está quedando un poco como un discurso de recogida de un premio: no se puede restar mérito al mencionado Martínez de Pisón, que escribió una buena historia (no sé si una buena novela, porque no la he leído). Y tampoco al director, Mariano Barroso, que ha hecho un buen papel en la adaptación de la obra (quizás ha fallado un poco en la forma de reflejar el paso del tiempo y también ha tropezado en la inclusión este desnudo gratuito).
Ya cerrando esto sólo queda decir que uno termina la serie con el retrogusto amargo. No sólo por trama, sino también por saber que no va a haber una segunda temporada. Que todo acaba ahí.