Sí, salvadora. Así lo dijo Dalí.
El MNAC, a través de Estrella de Diego -comisaria de la exposición-, ha cogido a Gala, la ha sacado o arrancado del contexto en el que vivió, la ha puesto en 2018 y ha dicho: aquí está. Ahora juzgadla en consideración. Ahora juzgadla por encima de sus escarceos amorosos, de las extrañas parafilias sexuales de Dalí, de los comadreos, del halo de mujer-pantera-rusa que copa su biografía. Ahora juzgadla en los términos que la apreció Dalí. Juzgadla como «la única que lo salvó de la locura y de una muerte temprana».
O no, mejor plantead un reconocimiento autónomo. Retirad de Gala cualquier epíteto que la relegue exclusivamente al papel de complemento de Dalí.
La exposición, entonces, se ubica en la línea ascendente de reivindicación de mujeres históricas olvidadas o reubicadas -desubicadas, quizás- en un lugar secundario, terciario o inexistente. Para ello se exponen por primera vez un conjunto de obras surrealistas, de cartas, de postales y de libros. También de vestidos y de objetos del armario personal de Gala.
Una habitación propia en Púbol es el nombre de la exposición. El nombre supone una velada y clara referencia (una declaración de intenciones también) a la obra feminista de Virginia Woolf. Y también al lugar en el que Gala está enterrada: el castillo de Púbol, una edificación que le compró su dos veces marido (Gala y Dalí se casaron dos veces: una por lo civil y otra por la iglesia).
La exposición, que se puede visitar desde el viernes, estará disponible hasta el 14 de octubre y sus entradas cuestan 7 euros si se compran de forma anticipada u 8 euros en taquilla.
Ojalá que estas muestras sirvan para que no sea necesaria la figura del hombre en el titular. Que no haga falta mencionar a Dalí para reconocer a Gala, que baste con decir Elena Ivánovna Diákonova. Que baste con escribir Gala.