Hay una plaquita protegida por metacrilato en uno de los muros de la Plaça Reial de Barcelona que reza «Limpiabotas Canonge». Pasa desapercibida y son pocos los que se dan cuenta de su presencia. No es muy grande, ni muy imponente, ni tiene unos adornos que llamen demasiado la atención. Justamente todo lo contrario de la persona a quien recuerda la placa, Fructuós Canonge, uno de los magos prestidigitadores más conocidos del Siglo XIX.
Pero… ¿Cómo pasó un limpiabotas a convertirse en uno de los ilusionistas más queridos del mundo?
La verdad es que cuando Fructuós Canonge comenzó a limpiar botas para sobrevivir no tenía mucha idea de magia, pero lo que sí dominaba era el arte de la promoción. Como era uno de los primeros en su profesión en la ciudad condal, su trabajo despertaba cierto recelo y eran pocos los que se fijaban (o fiaban) en él. Canonge necesitaba clientes y no parecía ser suficiente probar con la boca el betún que usaba para los zapatos debido a los desconfiados, así que comenzó a realizar pequeños trucos de juegos de manos.
Estos métodos para captar la atención de la gente y ganar clientes fueron sumando puntos gracias a que con su autodidactismo fue ampliando su registro y adquiriendo experiencia. Tanto es así que Fructuós era cada vez más conocido y pudo debutar como mago en el antiguo teatro de los Camps Elisis que se situaba en el Passeig de Gràcia.
Gracias a ello su nombre se hizo cada vez más famoso. No solo en Barcelona y España, sino que incluso atravesó el charco y consiguió mucha popularidad en Sudamérica. Incluso actuó ante reyes, con graciosas anécdotas provocadas por su más que palpable republicanismo.
Entre ellas hay dos especialmente graciosas. La primera es cuando actuó ante Isabel II, llegando tres horas tarde. La reina estaba que trinaba, pero el mago le había preparado un truco ante el que no había respuesta: a su llegada todos los relojes del palacio marcaban la hora a la que le habían citado. No debió importarle mucho a la reina pues incluso lo nombró caballero de la corte.
La segunda se produjo en una actuación ante Amadeo de Saboya en las primeras fiestas de la Mercè allá por 1871. Mientras realizaba un juego de pañuelos coló durante algunos segundos un mensaje en uno de ellos: «¿Qué quiere el pueblo?» y tras un juego de manos el pañuelo se transformó en un pan.
Así se las gastaba una de las figuras más desconocidas y famosas a la vez de la cultura popular barcelonesa.