De la fuente más espectacular de Barcelona no emana agua, sino mercurio.
Para entender la repercusión y la importancia de una Exposición Universal es necesario abstraerse y pensar en un mundo sin internet. La Exposición Universal, antaño, era el turismo que venía a casa. Y lo hacía recorriendo todas las dimensiones turísticas. El arte, claro, era una de ellas.
Pongamos por caso el siguiente ejemplo: 1937, París, Exposición Internacional, pabellón de la República Española. ¿De qué va a hablar el entonces gobierno legítimo de España? De la guerra, claro. Para ello Picasso llevó su Guernica; Joan Miró, El Segador. Y Alex Calder, escultor estadounidense, llevó una fuente.
Una fuente de mercurio, para mayor detalle y sorpresa. El objeto, por nombrarlo de alguna manera, tenía un potentísimo valor simbólico. Calder con su fuente quiso homenajear a Almadén, pueblo castellano sumamente castigado durante la Guerra Civil.
En Almadén, pueblo de incuestionable importancia histórica, están las minas de cinabrio –mineral del que se extrae mercurio. Y tal fue la importancia de estas minas durante el conflicto que incluso los nazis las ambicionaron. De ahí que Alexander Calder quisiera erigirlas en símbolo absoluto del conflicto bélico. Las minas, el sufrimiento y la transgresión –la intención de Calder también era dotar de movimiento a una escultura estática y no falta quien lo considera precursor del arte cinético.
El tema es que pasaron los años y el bueno de Calder decidió donar la fuente a la Fundación Miró en 1975. Así fue: una obra artística transgresora e insurgente se convirtió en un regalo y un regalo se convirtió en uno de los grandes atractivos de la Fundación Miró –parapetado, eso sí, entre cristales dada la peligrosidad del mercurio.