“El local, gracias a la traza del Sr. Gaudí, está ventilado de tal manera que, sin que uno se dé cuenta de por dónde entra, el aire circula allí guapamente, renovándose de una manera insensible y no permitiendo a la atmósfera que se vicie”, esa es la valoración que Virolet, un cronista del semanario humorístico catalán Cu-Cut!, escribió en 1904.
De este fragmento sacamos dos conclusiones: la primera, que a principios del siglo XX se usaba con naturalidad el adverbio “guapamente” y tenemos que recuperarlo en medida de lo que sea posible. La segunda, que el Sr. Gaudí participó en la construcción de un edificio levantado en 1904.
El edificio en cuestión, ya lo adelantamos en el titular, era un cine. Un cine o, mejor dicho, un espacio multidisciplinar (una sala de espectáculos o un local de arte integral) ideado por el pintor catalán Lluis Graner. Lluis Graner se hizo un viaje por EE. UU., se quedó prendado de la idea de cinematógrafo (¡nickelodeons!) y adaptó la idea a un proyecto en Barcelona.
La Sala Mercé, así se le llamó a este lugar en homenaje a la patrona de Barcelona, estaba compuesta por tres salas. El vestíbulo, la sala de espera y la sala de espectáculos. Y una de las peculiaridades del cine fue la del autómata de la entrada. Un demonio autómata se dirigía a los visitantes y les decía: “Mortales que os reís de mí, todos vendréis a mí”.
Decimos una de las peculiaridades porque la peculiaridad principal (el motivo por el que ahora estamos hablando de la Sala Mercé, vaya) es que Gaudí metió la mano en el diseño de la sala de espectáculos. Una sala grotesca (grotesca según la tarcera acepción de la RAE: “Perteneciente o relativo a la gruta artificial”). Una sala repleta de estalactitas y cráteres y en una ocasión de una cascada de agua natural. Una astracanada.
Como una estrella de rock, todo lo que pasó aquí fue rápido: se proyectó cine sonoro (las personas doblaban las películas in situ), Dalí lo frecuentó y definió como una sala comestible, recibió la medalla de oro por ser el cinematógrafo de películas más fijas y claras, los mejores poetas de la época peroraron sus mejores obras… y se cerraron sus puertas. Apenas estuvo abierto nueve años y apenas nadie lo retrató fotográfica o daguerrotipicamente.
Luego, sobre el terreno (entre las calles Portaferrisa y Canuda) se levantó el Cine Atlántico, especializado en películas infantiles. Luego se tiró el cine y se levantó el hotel Citadines, dejando como único recuerdo un puñado de frases y una foto.