El pasado viernes, La 2 de la Sala Apolo se llenó de un clímax intimista con la presencia de los Hermanos Gutiérrez. El carisma de Alejandro y Estevan no dejaron indiferente a nadie. Por eso, desde que hicieron acto de presencia en el escenario, la sala se convirtió en una especie de cobijo; un espacio en el que solo había cabida para el presente.
Los Hermanos Gutiérrez nos hicieron emprender un viaje por los sonidos latinoamericanos de los años 50. Recorrimos mentalmente los paisajes del desierto y la naturaleza. Avanzando lentamente y con armonía, nos acercábamos a un destello de luz que no vislumbrábamos; tan solo intuíamos levemente. Pero ahí estuvo durante todo el concierto. Como una promesa de algo que anhelamos, o que sencillamente proyectamos, y hacia la que caminamos despacio mientras disfrutamos del camino.
No creo que sea casualidad que esa belleza del recorrido se caracterice por la lentitud y la conexión con el presente. Todos los temas de Hermanos Gutiérrez están hechos con amor, pasión y honestidad, y eso se refleja en las letras, pero también en la forma en que las transmiten a su público. En definitiva, en el modo en el que se conectan con el mundo. Siempre desde esa intimidad —a veces fragilidad— y el convencimiento de que la fuerza interior es más poderosa que lo que ocurre ahí afuera.
La promotora del evento es PPL United.