Ahora que con los móviles se puede llevar la hora encima resulta difícil imaginarse un momento en el que la manera de medir el tiempo haya sido diferente. Antes de que se democratizara el uso de los relojes, la gente tenía que recurrir al ayuntamiento e incluso a las campanas de las iglesias para saber la hora. Y ese no era el único problema.
Los debates sobre el cambio de hora o la pertenencia a uno u otro huso horario estaban lejos de ser una preocupación para la sociedad hasta mediados del siglo XIX, cuando la hora que marcaban los relojes ni siquiera era la misma en todo el país. Cada municipio o localidad tenía la suya propia en función de su situación geográfica, ya que esta se ajustaba a través de la observación del sol. Los relojes estaban programados en función de la hora solar media de cada lugar. De hecho, la diferencia era tal que entre Barcelona y Madrid llegó a haber una diferencia de casi 30 minutos.
La llegada del ferrocarril
El inconveniente se magnificó con la llegada del ferrocarril. Aunque en un principio los viajes eran tan largos que la situación no suponía un problema, con la aparición de los trenes como medio de transporte surgió la necesidad de unificar los horarios. La diferencia de hora entre unas y otras ciudades sumada a la disponibilidad reducida de vías daba lugar a numerosos accidentes.
Por ello, fueron precisamente las compañías ferroviarias las primeras en proponer la unificación horaria de sus estaciones. Más concretamente, la primera estandarización se produjo en Inglaterra, en el seno de la empresa Great Western Railway, que en 1840 sustituyó las cuatro horas locales existentes por la que fijaba el Real Observatorio de Greenwich de Londres. Su iniciativa no tardó en expandirse y en ser aplicada, no solo en el resto del país y de Europa, sino también en Norteamérica.
El proceso no fue fácil en un primer momento, ya que los relojes de los ayuntamientos seguían marcando en muchas ocasiones una hora diferente a los de las estaciones de tren. Finalmente, el ferrocarril ganó el pulso y el popularizado como tiempo ferroviario acabó por imponerse en el resto de los ámbitos. Prueba de ello es que mucho antes de que la hora se estableciera por ley la gran mayoría de los relojes públicos ingleses ya estaban sincronizados.
La hora en España
La unificación también llegó a España, que en 1878 aprobó una ley de ferrocarriles que estableció que las estaciones de tren debían seguir la hora de la principal ciudad por la que pasaba su línea. Un dato curioso es que la primera línea de la península fue la que transcurría entre Barcelona y Mataró, inaugurada en 1848.
Fue en julio del año 1900 cuando se estableció la hora oficial española por medio de un real decreto. A partir del 1 de enero de 1901, día en que entró en vigor, se impuso en todo el país la hora del meridiano de Greenwich, una medida que gozó de una gran acogida en los medios de la época. El cambio no trastocó mucho los hábitos de la sociedad, dado que la diferencia era de apenas unos minutos. Paralelamente se estableció también el uso del formato de 24 horas para los servicios públicos.