Los socorristas se plantan. Es pleno verano, y mientras miles de personas llenan las playas de Barcelona las torres de vigilancia se vacían. El motivo, la huelga indefinida de que los socorristas de la ciudad han iniciado para denunciar una situación que, según ellos, hace tiempo que ha tocado fondo: precariedad estructural, abandono institucional y una falta de regulación que pone en riesgo vidas humanas.
La protesta llega en un momento especialmente crítico. Este verano, los ahogamientos se han disparado en las costas catalanas. Solo desde el 15 de junio, ya han muerto ocho personas en el mar. La cifra es alarmante y esconde una realidad tan evidente como invisible: la seguridad en las playas está cogida con pinzas. Y quienes deberían garantizarla —los socorristas— llevan años trabajando en condiciones que rozan lo surrealista.
Por qué protestan los socorristas
Los vigilantes denuncian su precariedad El personal encargado de cuidar nuestras playas señala que cobran lo mismo desde hace diez años y trabajan con plantillas bajo mínimos, contratos temporales y turnos extenuantes. Todo eso, mientras intentan prevenir tragedias, atender emergencias y mantener la calma en playas llenas hasta los topes.
Los cerca de 100 socorristas que cubren las playas de Barcelona dependen actualmente de una empresa concesionaria, y lo que reclaman es sencillo: un convenio laboral propio, condiciones dignas y el cumplimiento de los acuerdos que ya estaban firmados pero nunca se llegaron a aplicar. Tras varias reuniones fallidas con la empresa y el Ayuntamiento, la huelga era el único camino que les quedaba.
Pero más allá del conflicto laboral, la protesta también pone el foco en algo más profundo: la falta total de una normativa que regule el salvamento marítimo en Cataluña. A día de hoy, no existe ningún marco legal que unifique criterios, protocolos o señales en los distintos municipios. En algunas playas hay vigilancia, en otras no. En unas, el socorrista lleva uniforme rojo; en otras, amarillo. Las banderas no siempre significan lo mismo.
Hoy, con la huelga en marcha, muchas torres de vigilancia están vacías. Algunas playas, especialmente en la Barceloneta, funcionan con servicios mínimos. Los bañistas, desconcertados, oscilan entre el enfado y la empatía. Porque aunque la huelga incomode, también deja claro algo que a veces se olvida: el trabajo invisible de los socorristas es esencial hasta que falta. Y entonces ya es demasiado tarde.
