Se tiende a decir que el espíritu histórico –si es que damos por bueno este concepto– de Barcelona es el de la derrota. Y, bueno, sea cierto o no, el tema que nos ocupa podría ser considerado una excepción a la norma. Como una batalla ganada en una guerra que es una entelequia (¿qué es ganar y qué es perder para una ciudad?).
Lo que hoy conocemos como Jardí del silenci era un convento de monjas, dejó de serlo, fue vendido a una inmobiliaria, la inmobiliaria quiso levantar ahí un parking de seis plantas, el barrio de Gràcia se plantó, se recogieron siete mil firmas, se instó al Ayuntamiento a que comprara el espacio y los vecinos pasaron a convertirlo en un centro cívico al aire libre.
Esta sería, muy sucintamente, la historia del Jardí del silenci: la narrativa de una victoria local frente a x intereses: un ejemplo de movilización ciudadana en pos de la defensa de un espacio centenario y común. Una constatación más de aquella frase que dice que Gràcia es Barcelona, pero que no es Barcelona.
Ahora, el espacio está gestionado por la Associació Salvem el Jardí y está abierto al uso vecinal. Tanto es así que en este espacio se promueven ciertos talleres culturales, charlas, exposiciones, espectáculos escénicos y la manutención de un huerto comunitario. Y lo anuncian en su página de Facebook. Lo que sería, como hemos dicho antes, un centro cívico al aire libre.