A finales del siglo XIX y principios del XX una ola de secuestros sacudió Barcelona. La culpa de ello la tuvo la Vampira del Raval, pasando a los anales de las leyendas negras más macabras de la ciudad condal.
Algunos la conocen por libros de historia, a otros su nombre les sonará de cuentos de los abuelos y una buena parte la recordamos por su aparición el año pasado en El Ministerio del Tiempo dentro de su capítulo Separadas por el tiempo. Ojalá todo fuera ficción, pero por desgracia Enriqueta Martí Ripollés recorría las calles de Barcelona de principios del siglo XX como Pedro por su casa a pesar de tener hobbies tan dispares como el proxenetismo, la brujería, el secuestro de niños o el asesinato. Poca cosa.
Es difícil separar entre la realidad y el mito, pero hay una cosa cierta, la Vampira del Raval no sería la mejor de las niñeras. Y sin embargo, lo era. Sí, tal cual. Enriqueta Martí comenzó su vida en Barcelona trabajando de niñera y se casó con Juanjo Pujaló, un pintor con quien tenía tantas idas y venidas que de haber vivido en nuestra época ocuparían el hueco en la prensa rosa que dejó Brangelina.
Podríamos pensar que para la época, Enriqueta podría considerarse una mujer afortunada. Casada con un bohemio, con trabajo y viviendo en una de las ciudades en la cresta de la ola vanguardista. Pero se ve que aquello no le llenaba mucho, quizás porque fuera un trabajo para el que había que tener algo de lo que ella carecía: amor por el prójimo. O amor a secas. No, no era esa Enriqueta. A ella le gustaba más el rollo sanguinario, macabro y oscuro.
Sería por eso por lo que reorientó su carrera profesional hacia otros derroteros. Así que pasó al terreno del pluriempleo. Durante el día Enriqueta se dejaba ver mendigando por iglesias y casas de caridad. Por la noche, se ponía sus mejores galas para pasearse por el Teatre Liceu y otros lugares donde sonaba la plata de la clase burguesa para dar rienda suelta a sus labores de proxeneta.
Nunca se sabrá cuántos niños y niñas cayeron en las garras de Enriqueta, ni qué hacía exactamente con ellos. Pero la cuenta se vio interrumpida cuando la detuvieron finalmente por el secuestro de Teresita Guitart Congost, a la que encontraron en su casa junto a otra niña, Angelita, gracias al chivatazo de una vecina.
Allí, además de a las dos niñas, encontraron tres propiedades más con todo un arsenal digno de cualquier circo del horror: esqueletos humanos, grasa, sangre coagulada, cabellos, polvo de hueso y todo lo que se pueda imaginar alguien que haya visto el cine de Tim Burton.