Quien conozca los alrededores del Monasterio de Pedralbes y suela frecuentarlos, más de una vez se habrá preguntado lo siguiente: uno, qué hace una piedra en medio de la entrada; dos, no puedo ser la única persona que se haya dado cuenta; tres, por qué no la quitan. (No necesariamente en ese orden).
En cierto modo, da lo mismo que te lo hayas preguntado alguna vez o que no lo hayas hecho o que ni siquiera hayas pisado el Monasterio de Pedralbes. La historia es interesantísima.
Y es interesantísima porque se ha descubierto que esa piedra no empieza donde apoyas tus pies. Qué va: es un menhir. Lo normal es no saber que es un menhir si careces de conocimientos prehistóricos, pero es un monumento megalítico. Seremos más precisos: es un monumento prehistórico construido con grandes piedras sin labrar.
Pues eso. La piedra del Monasterio de Pedralbes no es un vulgar pedrusco cogido de Collserola y puesto ahí por un peón del siglo XV. No, es un menhir del que sólo emerge la puntita. Y del que no se sabe siquiera cuánto mide.
En este punto, parece lógico preguntarse si hay alguna vinculación entre la presencia del menhir y la existencia del monasterio. Ante lo cual parece igual de lógico responder que sí, que hay cierta vinculación. Y la hay porque el menhir reforzaría la idea de que los cristianos aprovechaban asentamientos considerados sagrados por los anteriores pobladores.
Así que es probable, posible e incluso plausible que Jaume II y Elisenda de Montcada -enarbolados por segundas o terceras personas- optaran por construir aquí el Monasterio de Pedralbes. Un monasterio, huelga decirlo, con privilegios. Era el Liceo Francés de las monjas de la época (sólo iban monjas nobles). Además, el Consell de Cent selló el compromiso de defenderlo en caso de ataque.