Seamos sinceros y rompamos tabúes: el verano está sobrevalorado.
Como dicen que dijo Joaquín Sabina: “Las opiniones son como el agujero del culo: todos tenemos uno y creemos que el de los demás apesta”. Y en este caso no es menos cierto. Hay quien divide el año en dos partes: verano y los meses que espero a que sea verano. Y quienes piensan lo contrario. Y, por haber, habrá nihilistas a los que todo les de absolutamente igual.
Bien, yo, particularmente, soy del segundo grupo. Del que piensa lo contrario al del primero. Y más con la canícula de estos días. Que uno sale a la calle recién duchado y al cabo de cinco minutos los efectos de la ducha son, ya no inocuos, sino hasta contraproducentes.
Y, a pesar de que todo puede quedar resumido en la idea de que en verano no se puede dormir y que en invierno te basta con un simple edredón, vamos a desarrollar un poco más la idea.
Aquí las diez razones por las que ardo (casi literalmente) en deseos de que acabe el maldito verano.
1. No más arena
Siempre he sido la opinión de que la playa está sobrevalorada: masificada, con niños correteando por todos lados, quieres leer y no puedes (te sientes amortajado, la banda sonora de la playa te lo impide) y, para más inri, la incomodidad de la arena. Una tarde en la playa puede convertir en misántropo al mismísimo Gandhi.
Pero lo peor, sin duda, es la arena. Ruego una oración por cada diente que mordió una patata frita con más arena que sal.
Eso sí, la peor consecuencia de la arena es tenerla en casa hasta enero.
2. El cuerpo, bicromático
Sé cuándo estamos en verano porque mi cuerpo es como un café con leche de estos en los que se ve claramente la diferencia entre leche y café. También hay gente que lo conoce como brazo de camionero, pero extendido al resto del cuerpo.
Sí, la solución podría ser una playa nudista (o por lo menos naturista), pero, lo primero, soy demasiado pudoroso. Y, lo segundo, me parece violento invitar a alguien a que se venga conmigo.
3 Estrenar ropa
Otra oración por la gente que, por no esperar a que bajasen un poco las temperaturas, estrenaron su ropa de invierno comprada en rebajas a mediados de agosto.
Uno va de compras en julio o en agosto con la intención de comprarse ropa de verano. Y acaba cayendo en cuatro sudaderas, tres botas, dos cazadoras y hasta camisetas térmicas. Y, claro, impacientes como somos (como soy, realmente), nos pasamos los meses de verano esperando a estrenar la ropa, que coge olor a naftalina.
4 El sudor
El otro día leí por encima algo que alguien compartió en Facebook: en el metro de Viena (¿o era de Praga?) iban a poner desodorante. Barra libre de desodorante.
Ni en mis sueños más húmedos me imagino la implementación de esta medida en España.
En Barcelona, el olor agrio del sudor en el metro es lo habitual. Y, no por ello, se acostumbra uno. El calor, la muchedumbre y el olor. Terrorífico.
El sudor ajeno, claro, y el propio, que no hay que ser puristas. Servidor suda en verano como si le recubriera una capa de líquido imperceptible.
5 ¿Menos turistas?
Fíjate que por esto no tengo queja: el turismo en Barcelona no es estacional, con lo cual me da absolutamente igual (en este sentido, claro) que acabe el verano. Si que es cierto que hay zonas que están menos masificadas, pero, a decir verdad, va en función de las zonas por las que te muevas.
Barcelona (y parte de su encanto y de las razones por las que es viable económicamente radican sobre esto) esta ahíta de turistas todo el año.
6. No más canciones de verano
Adiós a Bad Bunny, a Ozuna, a C Tangana, a Enrique Iglesias, a Luis Fonsi y a quien quiera que haya escrito la (este año discutida) canción del verano.
Vuelta a la -relativa- variedad musical. Vuelta a la normalidad. Y vuelta a la cueva de todos esos artistas a los que sólo se les ve el pelo durante el verano.
7. ¿Qué hacer con el tiempo de playa?
Como ser humano que soy, tengo contradicciones. Y una de ellas -como bien se puede comprobar en una rápida lectura del artículo- es que voy a la playa. La critico, pero voy.
De ahí se extrae la conclusión de que es posible aprovechar el tiempo de la playa. Aprovechar para invertirlo en aprender nuevas cosas. No sé, aprender a tricotar, aprender a descifrar jeroglíficos o dedicarte a editar la Wikipedia.
8. Falta menos para la temporada de calçot
Lo malo es que también falta menos para que coja alguien y te diga: “Lo mejor del calçot es la salsa”.
Bueno, comentario típicos y tópicos al margen, los calçots -las calçotadas, realmente, más que los calçots- es de lo mejorcito que tenemos en Cataluña.
Empieza en noviembre, sí, pero no es menos cierto que noviembre queda más cerca de septiembre que de agosto.
9. Vuelve el plan de peli y manta
El ahora reinventado como Netflix & Chill, uno de los planes más apetecibles que se le puede ocurrir a un servidor cuando fuera se forman estalactitas, vuelve. Una manta, una película (o una serie), buena compañía y palomitas. ¿No se puede hacer en verano sin la manta? Sí, se puede. Pero no es lo mismo. Y lo sabes.
Otra cosa buena es que estamos de enhorabuena quienes no somos personas si no tenemos una manta, una sábana o un edredón cubriendo nuestro cuerpo.
10 Adiós, mosquitos, adiós
Mi cuerpo, un delantal de chicote. Y así desde junio hasta septiembre.
Somos muchos quienes no tenemos la culpa ni hemos elegido tener una sangre tan, tan apetecible y sabrosa para estos insectos.
De ahí que sea normal que nos alegremos porque se acabe el verano.
Aleluya.