Dada la utilidad de la contextualización y de la ejemplificación, pongamos el caso: sales a hacer unos recados, estás que te mueres de sueño, los haces, cuando quieres volver a casa te das cuenta de que has olvidado las llaves, la(s) persona(s) con la(s) que vives no vuelve(n) hasta dentro de tres horas.
¿Qué haces?
Quizás turismo local, tal vez algo de flaneurismo, puede ser que sentarte en una cafetería a ver la vida pasar, quién sabe si irte a la Ciutadella a leer. Pero recordemos: te mueres de sueño y necesitas una cama como Amaral a la persona que le dedica esa canción.
Nuevamente, ¿qué haces? Te lo decimos nosotros: echarte una siesta. No en un banco de la plaça Catalunya, no en la Barceloneta, sí en Nappucino. Nappucino, como concepto, es resultado de la unión entre nap (siesta) y capuccino (capuccino).
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Bien, sabida la etimología del nombre y explicado el contexto no debería hacer falta explicar mucho más: Nappuccino es un local en el que disfrutar de siesta y café, la primera cafetería en España en hacer algo así.
Lo cachondo es que sus dueños, Celina y Sylvain, son de Polonia y de Francia respectivamente. Lo cachondo, decimos, porque ni la siesta ni el capucchino son típicos ni de Polonia ni de Francia.
El sistema de precios de Nappuccino (antes había barra libre) es el siguiente: pagas 4’5€ la primera hora por tu cubículo y tu bebida. De ahí en adelante la hora cuesta 4€. Que, bien mirado y dada la urgencia y las comodidades, puede (es) ser más barato que un hotel. Eso sí, a diferencia de las utilidades de un hotel, aquí no están permitidas las relaciones sexuales y su horario es diurno.