Siglo XVII. Guerra de Sucesión. En la guerra es necesario posicionarse. Barcelona, como ciudad o como ente autónomo representado por quienes tenían la riqueza en el momento, se posicionó, sí. Primero en un lado, el que hubiera sido el acertado. Después en el otro, el que peor sombra le cobijó. El de Carlos de Austria.
Y como suele ocurrir tras los conflictos bélicos, tras la sangre derramada, el perdón se antojó quimérico. Y más en el caso de Barcelona, una ciudad que supuso tantísimos problemas en su asedio. Y más en el caso de un rey, Felipe V, cuya cordura ha pasado a la historia como inexistente.
Fue entonces cuando para mantener a la ciudad a rajatabla, bajo control, Felipe V decidió arrasar con un barrio, el de la Ribera. Se derribaron 1.200 casas y unos cuantos edificios de interés público, se desalojaron a más de 4.000 familias sin que se les asegurara un hogar.
¿El fin? Construir un reducto armado del Estado en Barcelona. Una ciudadela, una ciutadella. Un baluarte amurallado con cinco torres de vigilancia. Una fortificación, en suma, que albergara soldados prestos para sofocar cualquier levantamiento.
Para los barceloneses del momento, el enemigo (que tenía las armas) vivía en casa.
El grado de satisfacción de todas las partes hacia la ciudadela estaba bajo mínimos. Por un lado, quienes la habitaban vivían en ella privados de toda libertad. Como en un gueto. Y por otro, los ciudadanos eran castigados, condenados o encarcelados por casi cualquier acción.
Tal era el grado de persecución y lo desmedido del castigo, que en el interior de la fortificación había una explanada en la que se ahorcaba a los reos de sedición.
La ciudadela fue un símbolo de la represión en Barcelona hasta 1841, cuando hubo un serio intento de derribarla. Su final no llegaría, no obstante, hasta 1869 cuando, tras la revolución del año anterior, Prim prometía ceder la fortaleza a la ciudad a cambio de que el terreno fuese destinado a un jardín público. De eso, y de que los costes corriesen a cuenta del ayuntamiento.
Así hizo el consistorio dirigido por Francisco Paul Ruis y Taulet, que convocó un concurso que, tras ciertas irregularidades, terminó por ser adjudicado a Josep Fontserà. Fontserà proyectó unos jardines que se inspiraron en los modelos franceses, italianos e ingleses y, muy especialmente, en el Jardín de Luxemburgo de París.
Su construcción terminó por fundirse con la Exposición Universal de 1888. Se mantuvieron los cimientos de la capilla (actual Parroquia Castrense), del palacio del gobernador (hoy IES Verdaguer) y del arsenal (la sede del parlamento de Cataluña). Se construyeron distintos edificios, un joven Gaudí hizo su cameo arquitectónico a través del proyecto hidráulico de la Cascada Monumental.
El parque de la Ciutadella siguió creciendo en tamaño, en popularidad y en importancia: se edificó el zoo, durante un tiempo fue el único parque público de Barcelona, se instaló la sede del parlamento de Cataluña, una iglesia, un instituto… distintos elementos que lo engrandecieron hasta ser el Parque de la Ciutadella que hoy conocemos.
Pero siempre con el recuerdo, con las cadenas arrastradas desde el momento bautizo. Con la idea de que en ese césped, en esos caminos, el reguero de sangre y la represión existió. Y eso es parte de la historia negra de Barcelona.