Las fuentes consultadas no aportan mucha precisión a la historia del porqué se llama así, pero no por ello deja de ser un tema bastante divertido de comentar. Antes de nada, el diccionario de la cocina de Ángel Munro recoge a los pedos de monja y los define así: “de la familia de los buñuelos de viento, muy chiquititos y muy suaves”.
Un italiano (primera prueba de falta de precisión: se desconoce su nombre) que tenía una pastelería en Barcelona (segunda falta de precisión: también se desconoce su nombre) creó un dulce. Y lo llamó petto de monaca. Aquí, en una tercera muestra de falta de precisión, la historia se bifurca. Hay quien dice que los catalanes no pronunciaban bien esa doble t y hay quien asegura que nada de eso, que, dada nuestra vasta tradición escatológica, alguien consideró más gracioso llamarlos pedo de monja. La broma caló y se expandió hasta ultramar.
Sea como fuere, la historia (y la mera existencia) de este dulce contribuye a engrosar el imaginario escatológico de la tradición catalana: Caganer, Tio de Nadal, culés y, por supuesto, los pedos de monja.
El dulce, para quien no lo haya probado y le interese, está hecho con huevo, azúcar, harina y ralladura de limón. Si bien es cierto, la receta varía en México: en este país se venden con chocolate.