Barcelona tiene demasiada historia y por sus calles ha pasado tanta gente que es normal que a lo largo de los siglos la ciudad nos haya regalado personajes de todos los colores. Algunos turbios como la vampira del Raval, otros queridos y otros de difícil categorización. Lo que está claro es que todos ellos fueron en su tiempo muy populares y se merecen entradas en Barcelona Secreta.
Hoy vamos a hablar de uno de ellos, Pedro Sampablo, un hombre al que le pasó de todo e hizo de todo pero que será siempre recordado como aquel señor que amaestraba palomas. Su popularidad le llegó tarde, porque antes había tenido una vida digna de película.
Fue abandonado por sus padres de bebé y acabó en un hospicio. A los dos años le adoptó una nodriza de Zamora, pero por problemas económicos lo tuvo que devolver al hospicio cuando Pedro tenía nueve años. Tras escapar del hospicio, hizo un poco de todo: fue monaguillo, operario de imprenta, repartidor y mozo de cuadras. Cuentan también que estuvo perdido durante casi un mes en el bosque alimentándose de arbustos. En Madrid probó suerte en la tauromaquia e intentó entrar en el ejército, pero su baja estatura se lo impidió.
Se casó en mayo de 1906 (el mismo día que Alfonso XIII y Victoria Eugenia, con lo que imaginamos que su boda pasó un poco desapercibida) y a raíz de esa relación tuvo seis hijos. Pero todo cambió para siempre tras un viaje a Toledo en el que unos ladrones le drogaron y le robaron todo su dinero. Despertó en una playa de Gijón y decidió (a saber por qué) no volver nunca a casa. De hecho, decidió hacer las Américas buscando suerte en Cuba, México y Brasil en trabajos de peón, camarero y obrero del ferrocarril respectivamente, pero finalmente la morriña (y el no poder encontrar nada estable) le hicieron volver a España en 1926.
Tras no poder dar con su familia, sus pasos le llevaron a Barcelona. Aquí trabajó en la construcción y de acomodador en un cine antes de tomar la decisión final que le convirtió en el personaje mítico que todos recordamos. Comenzó con seis palomas a las que puso el nombre de sus hijos.
Ese fue el principio de su último y más conocido oficio. Los más viejos del lugar le recordarán con su sombrero y americana, carrito en mano, parándose allí donde se agolpaba la multitud y especialmente los niños para soltar sus palomas y comenzar su espectáculo. Poco a poco, fue ganando fama y el cariño de la gente. En 1960 apareció en la televisión y su mujer, que le daba por muerto y se había casado de nuevo, le reconoció.
Pedro Sampablo murió poco tiempo después y su recuerdo quedó para siempre en nuestra ciudad. No en vano, en las fiestas del barrio de la Sagrada Familia de 1988 le dedicaron la imagen de uno de los gigantes.