Ya os comentamos hace poco cómo Hitler intentó buscar el Santo Grial en el Monasterio de Montserrat. No le fue muy bien la cosa a Himmler, segundo de Hitler y encargado de cumplir la misión, ya que además de irse con las manos vacías se encontró con unos anfitriones duros de roer.
Pero la obsesión del mandamás de la Alemania nazi no se paraba ahí, ya que estaba fascinado con todos los objetos y artefactos que pudieran tener una mínima relación con la mística y la religión cristiana (las denominadas reliquias del poder). De hecho además del Santo Grial, Hitler también tanteó la Lanza del Destino (supuestamente la que mató a Jesús) o la Piedra de Scone, sobre la cual se coronan los Reyes de Inglaterra. Y también tenía en el punto de mira algo guardado en la Catedral de Barcelona…
Lo que quería el Führer era ni más ni menos que el trono de oro del rey Martín I el Humano, que fue soberano de la Corona de Aragón entre 1396 y 1410, año en el que murió sin descendencia alguna. Como no tenía hijos, la última voluntad del rey fue heredar su trono (no un trono cualquiera, ojo, uno de oro y plegable) a Jesucristo.
A partir de entonces, el trono se trasladó a la Catedral y sobre él se colocó la pieza donde se guarda la hostia consagrada (la llamada custodia). Solo salió de Barcelona con la llegada de la Guerra Civil, cuando fue enviada a París como parte de la exposición «Art catalán du Xe au XVe siècle». Fue cuando la exposición se mudó al Castillo de Maisons-Laffitte cuando Hitler se enteró de su existencia y su objetivo no pudo ser otro: conseguirlo a toda costa para su colección particular en Berlín.
Al final, la cosa no le salió como quiso, y tanto el trono como la custodia volvieron a Barcelona. Hoy en día pueden visitarse en la Sala Capitular del Museo de la Catedral.