¿Sabías que hubo un hombre que amaba tanto al mercat de la Boqueria que decidió suicidarse en ella?
Así es la historia de Ramon Cabau, un hombre que era farmacéutico o abogado, y con estudios de peritaje agrícola, pero que fue famoso por ser el gastrónomo fundador del Agut d’Avinyó, uno de los restaurantes que ha sido uno de los guardianes de la cultura gastronómica catalana, uno de los más reconocidos y longevos de Barcelona (y que aún sigue abierto).
Su historia es pura Barcelona. Cabau tuvo su primer trabajo en la calle Gignàs , donde conoció a una de las hijas de Agustí Agut, uno de los patriarcas de la restauración barcelonesa. Al casarse con ella empezó a trajar en el Agut de la calle Gignàs para luego independizarse y abrir el Agut de Avinyó a apenas 400 metros, en el callejón de la Trinitat esquina con calle Avinyó.
El restaurante se convertiría en un emblema de la ciudad. A finales de los años setenta, el nuevo local adquirió un notable prestigio, experimentando con nuevas cocinas y ofreciendo un aire nuevo a la ciudad, siempre con producto fresco de la Boqueria, donde compraba personalmente y acabó siendo un personaje esencial. El sitio acabaría tocando el cielo en 1978 con la consecución de una estrella Michelin.
Pero en 1984 Cabau tiene que traspasar el restaurante empujado, al parecer, por un conflicto marital. Ahí se retira a su finca de Canet de Mar, a cultivar productos que vende a la Boqueria misma, pasando de comprador a proveedor.
Pero el gastrónomo sufría depresiones a menudo desde que tuvo que vender su restaurante y no acabó de recuperar el ánimo. El dolor le pudo, y el 31 de marzo de 1987 Cabau fue al mercado por última vez: repartió flores, vendió sus verduras, dejó una carta de despedida y tomó un pastilla de cianuro que lo desplomó en el acto en el suelo de su Boqueria querida, grabando con más fuerza si cabe, su nombre en la historia del mercat.
Una semana después, el mercat paró unos minutos su actividad para rendirle homenaje, para poco después acabar dedicándole el pasaje de entrada que conecta el mercado con la Rambla. Ahí sigue su escultura, mirando para siempre, como el hubiera querido, hacia las paradas del mercat.